En el proceso de hacerse vida
Señor director:

Al transcurrir unos años, antes meses, el niño aprende de la vida su alumbramiento, su expulsión del vientre materno, su frío, su
angustia incomprendida, su camino sin o con norte... Vive y siente su medio circundante: El espacio cercano, la voz adulta que no penetra caminos de infancia... y llora y grita, y sin saber, se disgusta… Pasan los días, y llega el silencio que habla sin fronteras, y aprende a imitar, a medias, a repetir, sin saber... y la aurora, la tarde, y la noche de su incipiente historia se hace camino y esperanza...
La vida sigue creciendo, pasan los meses, y el cerebro vestido de oído, repite la canción del sonido, la música del fonema, y espasmos del músculo que se abre y se cierra, dando luz a una palabra, a múltiples palabras, a innumerables voces... Y crece la senda de la vida, y el niño reúne elementos para complementar sentidos, recrear contenidos, inspirar significantes y significados, y emitir oraciones... Vive de la libertad de su pensamiento e imaginación, o de la esclavitud persistente de la idea que lo manipula, lo aliena, lo absorbe, casi compulsivamente...
Y asume posturas, es fiel o infiel a sus pensamientos... se hace auténtico o venal o corrupto... y ya la vida se divide, se fracciona, se torna miserable... O, se multiplica, renace, se glorifica y eterniza... Así, llega la eternidad o la muerte de la comunión o del divorcio lingüístico, en bien o mal, de una patria lacerada y en ascuas, necesitada de seres comprometidos en el discurso de su propia existencia, y en la tentativa de transformar la enferma realidad en que vivimos.
Jorge Jiménez Fernández

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