Una vez más la dictadura venezolana trata, infructuosamente, de quedarse en el poder. Y decimos infructuosamente, porque habiendo “supuestamente” ganado las elecciones en 2013 y 2018, estas que acaban de sucederse el 28 de julio pasado, al ser proclamado nuevamente como triunfador, fue la gota que rebasó la paciencia de un pueblo que, expoliado y empobrecido, votó masivamente por Edmundo González, apoyando a su carismática líder María Corina Machado, buscando liberarse de la dañina coyunda izquierdista, que en América Latina, día a día pierde terreno.
El fraude electoral, además de haber sido anunciado de manera cínica por el sátrapa que la gobierna al decir que las “ganaba por las buenas o las malas”, advirtiendo que “correrían ríos de sangre de llegar a perderlas”, no solo se constituye en una burla al pueblo venezolano, sino también al mundo entero. Acusados María Corina y Edmundo de una “conspiración fascista”, en contra de las elecciones presidenciales a las que no permitieron su inscripción, el régimen se empecina en sostenerse bajo el control de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana que, enfrentada a los manifestantes, deja ya un saldo indeterminado de muertos y heridos. “Los vamos a joder” dijo Diosdado Cabello y los vamos a acusar de los más altos delitos, no habiendo beneficio alguno para ellos.
El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, habló de una “manipulación aberrante de los resultados electorales”, e instó a Maduro a reconocer su derrota y a la CPI a dictar orden de aprehensión internacional. Pese a haberse retirado de la OEA en el 2019, para la Oficina Jurídica de esa instancia americana su retiro nunca se materializó, por lo que Venezuela continúa haciendo parte de ese organismo hemisférico. Adentro o afuera, poco importa. Ni el sátrapa atenderá sus llamados, ni el organismo tiene cómo hacerse sentir, salvo que de manera independiente cada país miembro desconozca su elección y presione la salida del dictador.
La negación de la Resolución que exigía transparencia al gobierno Maduro, pedida entre otros por Colombia, absteniéndose finalmente de votarla el miércoles pasado en el seno de la OEA, es una vergüenza más de Petro, que una cosa dice y otra muy distinta hace, demostrándose la ineficacia de estos burocráticos organismos. La comunidad internacional esperó el resultado de los escrutinios, mesa a mesa, con un recuento integral con presencia de observadores internacionales. Lo sucedido en Venezuela debe servir de lección para nuestro pueblo, que desconfiado y expectante teme que dicho escenario se repita entre nosotros en el 2026, cuando deban celebrarse las elecciones para elegir el reemplazo de Petro, quien ha guardado calculada distancia del farsante para no herir la susceptibilidad del derrotado gobernante con quien comulga en idéntica militancia, siguiendo los lineamientos del Foro de Sao Paulo.
Sin duda alguna, él y su Pacto Histórico deben estar atentos a lo que allá sucede para saber a qué atenerse. O el pueblo venezolano continúa en pie de lucha haciendo valer la aplastante victoria obtenida en las urnas, cerrando el doloroso capítulo de destrucción de sus instituciones democráticas y del país como nación, dándose la oportunidad única y feliz de abrazar de nuevo la libertad y la esperanza o, definitivamente darse por vencidos y seguir deambulando por el mundo sin ilusión y sin norte. La farsa está madura. De su desenlace, dependerá sin duda alguna nuestro futuro.