Definitivamente algo nos está sucediendo. Las certezas que en el pasado teníamos sobre lo bueno y lo malo, sobre lo lícito y lo ilegal, han ido cediendo a medida que avanza este Gobierno, como si la línea ética propuesta por Sebastián Guanumen, el estratega digital de la campaña de Petro, hubiese trascendido más allá del Pacto Histórico. En uno de los “petrovideos” conocidos durante la campaña, el estratega Guanumen propuso que para posicionar al candidato Petro debían difundir memes y mentiras sobre Fico, generar cuestionamientos sobre su vida personal, mostrarlo como una marioneta y vincularlo con el narcotráfico.
“Correr la línea ética se hace necesario, para el logro de los fines propuestos. En política, afirmaba Guanumen, todo es válido”. Dicho y hecho. ¿Qué pasó? Que corrida la línea ética, el país no tuvo inconveniente ninguno en elegir como presidente a uno de los responsables del holocausto del Palacio de las Leyes, en cuyas llamas pereció el honor de la justicia, haciendo de nuestras Cortes ordinarias cortesanas dispuestas al mejor postor. Una fue la justicia antes y otra después de este magnicidio, en el que se ofrendaron las vidas de los más insignes estudiosos del derecho en todas sus ramas. La línea ética que se corrió en dicha campaña, matriculó al país entero en ese lamentable comportamiento, dando hoy por aceptable todo lo que ayer condenábamos. La participación por ejemplo de los funcionarios públicos en política, prohibida por el artículo 127 de la Constitución, es hoy un verdadero saludo a bandera.
La convocatoria de Petro el pasado miércoles, a la descarada movilización pagada con el producto de nuestros impuestos, cuyo objetivo fue presionar al Congreso en busca de apoyos a las polémicas reformas que allí cursan, y de paso, a tan solo 28 días de las elecciones, impulsar la candidatura de Bolívar a la Alcaldía de Bogotá, quien con toda desfachatez ante un medio de comunicación dijo que él era el candidato del Gobierno, ¿no es, acaso, una afrenta a nuestra democracia? Es la toma de Bogotá por el Gobierno, acompañada de un derroche de dinero, transportando en 70 buses a la minga indígena del Cauca y su correspondiente mantenimiento, a más de los transportados de otras regiones del país, que deben sumarse a la firma del contrato 230-23, suscrito entre la empresa Plaza Mayor de Medellín y el Departamento Administrativo de la Presidencia (Dapre), manejado por Laura Sarabia, experta en desaparecer maletas repletas de dinero, para cubrir el costo de la tarima, el sonido y las pantallas en la Plaza de Bolívar, por un valor de $263 millones.
Ante las recientes encuestas que indican una desaprobación de Petro, que ya llega al 63%, esta convocatoria le sirve al Gobierno para medir qué tanto respaldo tiene, engañando con la propuesta de un gran Acuerdo Nacional que desde la pérdida de sus mayorías en el Legislativo, viene haciendo, sin que hasta el momento haya concretado su materialización, desconociendo que las leyes se aprueban en el Congreso y no en la calle, como pretende con sus llamados populistas. Pero retomando la idea inicial de este escrito, sobre el porqué de nuestro adormecimiento frente a lo que está pasando, es algo que no tiene justificación ninguna.
Mientras en los costureros y las mesas de café se despotrica abiertamente sobre este Gobierno, incapaz en 14 meses de mandato de materializar siquiera un 20% de sus propuestas de campaña, su política exterior sí que es un verdadero caos, con embajadores y cónsules improvisados y cuestionados, dónde la gran tarea para mostrar del flamante Canciller Leyva, dedicado, no a acercar a Colombia con el mundo, sino a facilitar con gobiernos como el de Maduro una negociación con las guerrillas y los bandidos de todas las pelambres. Su gran tarea, repetimos, ha sido la de mostrar al mundo el cerrado aplauso en la ONU a Petro, aplausos vergonzosamente editados a su favor, cuando en realidad fueron para el presidente Biden.
Esa es nuestra política, pequeña e intrascendente. La sala del pleno de la ONU, medio vaciada al comienzo de su intervención, es la muestra palpable del desprecio del mundo informado hacia un locuaz que en medio de sus arrebatos mentales navega por el cosmos, váyase a saber, si bajo los efectos de sustancias psicóticas, o empujado por el odio visceral hacia las clases sociales media y alta, que dice son opresoras, pero a las cuales toda su vida ha tratado de asemejar, o por la conjunción de ambas, dentro de su dislocada y enferma imaginación.