Quienes hablan de despolitizar la educación parece que no se han enterado: educar es un acto político. Es formar ciudadanos pensantes y críticos. La mera etimología lo indica: política viene del griego antiguo polítes, que significa “ciudadano”. Además, no hay cosa más política que seguir las directrices de un Estado para enseñar un idioma, una historia, unas normas sociales o una religión. Solo si estas se cumplen a cabalidad, y en previo acuerdo con la institución avalada por el gobierno, se le otorgará un título al estudiante.
Las academias, sobre todo de educación superior, son espacios políticos donde se fomenta la crítica, la duda y la argumentación. El pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire alegaba que la educación no es un “quehacer neutral” sino un “quehacer político”. “No hay, pues, una dimensión política de la educación, sino que ésta es un acto político en sí misma. El educador es un político y un artista; lo que no puede ser es un técnico frío. Ello significa que tiene que tener una cierta opción: la educación para qué, la educación en favor de quiénes, la educación contra qué. A las clases sociales dominantes no les gusta la práctica de una opción orientada hacia la liberación de las clases dominadas. Esta es mi opción: un trabajo educativo, cuyos límites reconozco, que se dirija hacia la transformación de la sociedad en favor de las clases dominadas”, dijo al periódico El País de España en 1978, cuando Brasil se encontraba bajo la dictadura de Ernesto Geisel.
Lo que preocupa, entonces, no es que las universidades y colegios sean políticos, sino que se vuelvan antros politiqueros. Lugares donde prime el partido político, el apoyo electoral, el voto al caudillo, que la educación. Por ello se recibe con mucha preocupación y recelo el nombramiento del exsecretario de Educación de Caldas, Fabio Hernando Arias Orozco, como rector de la Universidad de Caldas, ya que su recorrido ha sido en cargos públicos donde la mano de los caciques partidistas regionales siempre está presente.
De Arias Orozco no se cuestiona su experiencia, sí sus lealtades. Camaleónico u oportunista, como casi todos los que hacen carrera en lo público hoy día, sus apuestas están donde más apoyo electoral pueda encontrar. Ha sido conservador y del partido de la Unidad Nacional (la U). El exgobernador Guido Echeverri (quien inició su carrera política en la coalición barcoyepista y - tras varias volteretas por el liberalismo, la U y ASI - ahora está en el Senado gracias a la coalición Verde-Centro Esperanza), contó con su respaldo. Y en 2019, cuando se postuló a la Gobernación de Caldas, lo apoyó el entonces asambleísta Juan Sebastián Gómez, que era de la Alianza Verde y que hoy está en el Congreso gracias a esa melcocha llamada Juntos por Caldas: esa alianza del Nuevo Liberalismo, los del Mira, ASI y Dignidad.
Ahora es Mauricio Lizcano quien estaría detrás de los intereses de Fabio Hernando en la Universidad de Caldas. El director del Dapre sacaría réditos de esto para hacer crecer su partido Gente en Movimiento y ahí es cuando la academia deja de ser política para volverse politiquera. Lizcano es un eficaz trepador que le prende velas a todo líder político con tal de salir favorecido: amigo de Uribe, compinche de Santos y ahora le maneja la caja menor a Petro. Es ambicioso y sin asco abandona a quienes no le sirven a sus intereses. ¿Acaso ha salido a decir algo sobre Carlos Mario Marín, a quien apoyó para llegar a la Alcaldía de Manizales?
La elección de Arias Orozco estuvo llena de intríngulis y conflictos de interés con el Consejo Superior Universitario. Esto dejó un sinsabor en estudiantes (que siempre estuvieron con el voto en blanco), funcionarios y académicos que temen se corten sus investigaciones y procesos de desarrollo profesional. Algunos ya recibieron su liquidación.
En vísperas de un año de elecciones regionales, se teme que los políticos de carrera metan sus tentáculos y hagan de la Universidad de Caldas un fortín electoral. Que la capacidad de traer votos de quienes allí trabajan sea más importante que la experiencia académica y de investigación. Queda, entonces, en manos del nuevo rector no despolitizar la educación, sino despolitiquerizarla, pero arrastra una cola muy larga.