Hace menos de un mes se suicidó Catalina Gutiérrez Zuluaga, la joven médica residente de cirugía de la Universidad Javeriana de Bogotá. La abrumaron los malos tratos y humillaciones de quienes debieron erigirse en mentores, pero eligieron ser torturadores, para satisfacer sus egos y vengar lo que antes sufrieron con quienes los formaron técnicamente y borraron en ellos cualquier vestigio de humanismo. ¡Si así son con los colegas jóvenes, cómo serán con los pacientes! Hasta recibirán comisión de las funerarias…
Hubo estremecimiento en el país, así cada vez menos catástrofes estremezcan, y se albergó la esperanza de ver expuestos a tan indignos galenos. Pero se atravesaron las elecciones en Venezuela, con la esperanza del triunfo de la oposición y el temor de un zarpazo del régimen, cohonestado por el indiscreto silencio del Presidente X, y sobre el caso de Catalina cayó un manto igual de espeso.
Pero hizo revivir las manifestaciones de machismo que hubo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas desde agosto de 1976, porque se matricularon más mujeres que hombres por primera vez en la historia. Fue el primer grupo de mitad de año, pues como la carrera se estudiaba por año, no por semestre, cada curso nuevo empezaba en enero.
Eran 110 primíparos que no cabían en los salones del edificio de Derecho y los empuntaron para uno más amplio, que albergaba otras carreras, cuyos estudiantes los veían como intrusos. Fueron acomodados encima de la morgue.
Si bien los primeros días fueron caóticos por los continuos paros, en pocas clases algunos profesores enfilaron baterías contra las mujeres. Especialmente contra un grupo de señoras que quiso estudiar, cuando “no estaban en edad para eso”, se presuponía, como si hubiera tiempo establecido para ello. Fueron bautizadas despectivamente como Grupo Marlboro, porque los demás estudiantes por lo regular fumaban Pielroja, proletarios como eran. 
Hubo un suicidio, pero fue un profesor de alguna materia humanística. Como ocurrió durante uno de tantos cierres de la universidad, nunca se supo con certeza qué indujo su fatal determinación.
Cuando se normalizaron las cosas arreció la campaña, orquestada por varios profesores, algunos respetados, otros temidos y un zafio vulgarote de ordinario hablar. (Estoy que digo nombres…). Se hicieron comunes frases como: “La única parte en donde a una mujer le entra el Derecho es la cama” o “empiezan con Introducción al Derecho y terminan con Familia”, una rama del Civil. Otro dedicó una clase a analizar porqué las mujeres tienen capacidad, pero no mentalidad para ser jueces.
Hubo una deserción cercana al 50%, algo normal en grupo tan numeroso. Los sobrevivientes se unieron para defenderse de los catedráticos de mala calaña. Hicieron paros, los denunciaron y vetaron, sin temer retaliaciones académicas. La mayor parte de quienes terminaron estudios, se graduaron. 
Que esta historia, no tan trágica como la de Catalina Gutiérrez Zuluaga, enseñe a todos los estudiantes que por una carrera se sacrifica todo, menos la dignidad. Y que los bravucones son cobardes: se desinflan cuando se les enfrenta.

Álvaro Gärtner Posada