Está a punto de conformarse una terna masculina para el cargo de Procurador General de la Nación, pues aún falta el candidato del señor Presidente de la República y hay sentimientos encontrados en la sociedad, tal vez por lo que ha sido la institución en los últimos años cuyas cabezas no la han dejado bien acreditada; por el contrario, cada día se viene a menos.
Conocí a la actual Procuradora General, doctora Margarita Cabello Blanco, siendo magistrada del Tribunal Administrativo del Atlántico, época para la cual no se le percibía un desbordado interés por el poder. Arribó a la Corte Suprema de Justicia donde fue incluso su presidenta. Posteriormente, antes de ser Ministra del entonces Ministerio de Justicia y del Derecho, estuvo a punto de ser consagrada Fiscal General, para luego ser designada, por decisión del Senado de la República, en su brillante y excepcional carrera, como suprema directora del ministerio público.
Aceptemos que a la doctora Cabello la acompañó en su periplo la presunción de sabiduría que otorga ser miembro de una Corte, tal como ha acontecido con otros magistrados para ocupar altas dignidades estatales, aparentemente sin compromisos, y que hoy pareciera que los altos Tribunales de justicia se estuvieran convirtiendo en trampolines para aquel tipo de aspiraciones, a los que no se requiere llegar mediante un riguroso concurso de méritos como sí ocurre para la mayoría de cargos del aparato judicial, por lo que vuelvo y pregono en esta tribuna periodística la necesidad de implementación de dicho mecanismo; de resto, la conformación de aquellas corporaciones -o quizás deformación por las máculas que algunos han dejado, como ya se ha visto-, se asume el riesgo de seguir perdiendo legitimidad, por fortuna, aún sin el nivel actual de la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y la Registraduría.
No obstante estimo que no se debe demeritar que personas de talla política que posean formación, experiencia, integridad moral y un auténtico compromiso de lealtad con la nación, puedan aspirar a esos órganos autónomos e independientes como la Procuraduría, aunque en el mar de sinsabores e incertidumbres que se han dejado en los últimos tiempos, y con los supuestos favorecimientos o compromisos indebidos frente a la majestad que representan sus supremos directores, hace que la carga de responsabilidad en la escogencia de los candidatos sea mucho mayor.
Confiemos no solo en que el candidato que dé el Presidente para integrar la mencionada terna, juntamente con los elegidos por la Corte Suprema y el Consejo de Estado, a pesar del pesimismo y desconfianza que existe por doquier, cualquiera que sea quien resulte elegido en el cargo pueda llenar las expectativas nacionales de pulcritud e imparcialidad; si no, que en verdad desaparezca ese organismo de control y sus funcionarios entren a hacer parte del aparato judicial. La tristeza o desconsuelo por el panorama y futuro de la Procuraduría bien puede hacer que los candidatos sean “tres tristes tigres”.