A las mujeres se nos ha dicho tantas veces que tenemos el síndrome del impostor que esta idea se ha convertido en una profecía autocumplida, nos tatuamos la etiqueta en lo más profundo de nuestra mente, llegando a ser parte del inconsciente colectivo actual.

Imagínate lo que pasa dentro del inconsciente cuando tú de manera repetida le estás diciendo que eres una impostora, que no te mereces lo que has logrado y que esto te impide avanzar en tu carrera por falta de confianza y amor propio, ese tipo de programación mental es la que termina haciéndonos daño, porque la mente no puede diferenciar entre lo que piensas y lo que sucede en la vida real y toma como brújula las creencias inconscientes para dirigir tu vida, haciendo que entres en un bucle de autosabotaje del que en ocasiones no sabemos cómo salir.

La etiqueta de síndrome del impostor es una carga pesada de llevar. “Impostor” aporta un matiz de fraude criminal al sentimiento humano y natural de estar inseguro o temeroso por tener que enfrentar un nuevo reto, aprender una habilidad exigente o hacer un cambio. Si a esto le sumamos el matiz clínico de “síndrome” el tema suena mucho más serio y complicado, llegando incluso a recordar los diagnósticos de “histeria femenina” del siglo XIX.

Aunque los sentimientos de incertidumbre son una parte esperada y normal de la vida profesional, ya que es un tema evolutivo que tanto hombres como mujeres sentimos, se considera que las mujeres que los experimentan sufren el síndrome del impostor. Repite conmigo y si puedes en voz alta: “Es normal que todas las personas tengamos momentos de inseguridad”. Sentirse inseguro no debería convertirte en un impostor. Es natural que todas las personas experimentemos momentos de inseguridad.

El síndrome del impostor ha transformado una sensación bastante universal de incomodidad, dudas y ansiedad leve en el lugar de trabajo en algo patologizado, especialmente en el caso de las mujeres. Estos síntomas han llegado a ser tan comunes que es “normal” escuchar a algunas referirse a sí mismas como impostoras. Para abordar y mitigar el impacto de este síndrome en las mujeres, es fundamental adoptar varias estrategias. Se debe fomentar una cultura laboral que valore y reconozca las contribuciones de todas las personas, independientemente de su género. Las organizaciones pueden implementar programas de mentoría y desarrollo profesional que ayuden a las mujeres a encontrar modelos a seguir y recibir orientación.

Además, es importante ofrecer talleres y recursos que aborden el síndrome del impostor desde una perspectiva educativa, desmitificando el fenómeno y proporcionando herramientas prácticas para gestionarlo. Las políticas de diversidad e inclusión también deben fortalecerse, asegurando que todas las voces sean escuchadas y valoradas en el lugar de trabajo.

Por último, es esencial promover el autocuidado y la salud mental, animando a las mujeres a buscar apoyo cuando se sientan abrumadas por la duda y la ansiedad. Al adoptar estas recomendaciones, podemos crear un entorno más equitativo y saludable, donde todas las personas puedan prosperar sin sentirse como impostoras.