Domina la pregunta de quién tiene la ojiva nuclear más potente y de mayor alcance. Y se establecen los grados en ellas de tácticas y estratégicas, con alusión a destrucciones parciales o de mucho mayor rango. Se dan cifras escalofriantes de la cantidad de unas y otras apostadas en tierra y mares, apuntando a lado y lado. Situación infernal, sin saberse en qué punto y momento saltará la chispa. La amenaza se sostiene y crece. Ninguna de las potencias nucleares tiene la conciencia de estimar la vida como sagrada, con respeto a ella en sus múltiples manifestaciones a lo largo y ancho del planeta.
Por siglos y siglos se continúa haciendo de la agresión, del odio, de la guerra, una forma de ser y de estar, con ambiciones de poder y codicia. Riquezas en desmesura, en pocas manos, que crecen y se apuntalan en las diferentes formas, para someter unos pocos a las mayorías, con dominio de la inequidad, con paso por la esclavitud y el servilismo. No es cuestión de derechas e izquierdas. Gandhi lo dijo en su momento: “No es suficiente ser no violento, sino que es necesario actuar ante las injusticias sociales.”  Seguimos buscando el camino, con dos elementos siniestros que crecen en desmedro de la coexistencia y la justicia: la industria militar, con desarrollo y crecimiento en la fabricación de armas, y el narcotráfico, negocios desproporcionados, que alimentan las guerras para disponer de ventas y consumidores, con el estímulo al tráfico de intermediarios duchos en vericuetos y transacciones, bajo la ley del más fuerte. Dos escalas globales que burlan cualquier exigencia por la paz, entendida esta como maneras múltiples de coexistir en las diferencias, con despliegue del trabajo colaborativo.
Desde establecida en Grecia la democracia que apenas les duró dos siglos, seguimos buscando el rescate de esas maneras de sustentar formas de gobierno con participación de la gente, debidamente educada para asumir valores sustantivos de coexistencia, por el respeto a la naturaleza, a las personas, a las normas y a las formas legítimas de gobierno. Insurrecciones por doquier reclaman de cualquier lado el acatamiento a supuestos modelos de “democracia”, y su figura se volvió incandescente, con pérdida del sentido originario. No hay que olvidar tampoco a Sábato en una de sus enseñanzas: “En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche.”
La luz al final del túnel no aparece, ni se vislumbra. Quizá siga imperando la oscuridad, pero los caminos están abiertos para congregar voluntades, pensamientos y compromisos, en la apertura de tramos para ir adelante, afrontando problemas y congregando conocimientos para resolverlos. La educación, la ciencia, el arte, el humanismo, con la concepción de la unidad del conocimiento, o de la comprensión unitaria, son recursos ineludibles en la convocatoria de instituciones educativas, con apego a la calidad y a la ampliación de cobertura, de tal modo que la condición de ciudadanía sea ejercida a conciencia en los valores apropiados.
Sábato también nos enseñó que en estos tiempos de falsos triunfalismos hay que combatir por valores perdidos como derechos y deberes de ejercer en la vida cotidiana, por todos. Valores laicos, sin compromisos de religión, ideología o escuelas. Sin considerar al competidor o rival como enemigo. Ocasiones tendrá que haber para dialogar, con fundamento en informaciones ciertas, y llegar a los acuerdos que comprometan a las partes en un accionar de sumatoria. Se trata de aprender a conciliar, de encontrar espacios de validez en común que nos permitan ejercer el respeto y el trabajo cooperado. Las diferencias enriquecen los procesos.
A los niños y jóvenes deberá educárseles con referentes emblemáticos en la historia de la cultura. Que disfruten del estudio y la lectura de obras consagradas por el tiempo. Hay que volver al examen de aquellos baluartes de las culturas griega y latina, sin desconocer secuencias de la historia, en los vaivenes de avanzar y regresar, con ocasiones de caídas en espacios de gris a negro. Una visión de perspectiva alienta la esperanza en un mundo mejor.  Sin dejar de afianzar cualidades de la cultura ciudadana: respeto, honradez, solidaridad, afecto, compasión, alegría, imaginación, creatividad, laboriosidad, bien común.
Afrontar y sortear los peligros puede ser una oportunidad para desarrollar con imaginación el camino de la seguridad y la confianza. Las cosas van de donde vienen, y vuelven y van.