Así se llama el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, dos respetados académicos, profesores de la Universidad de Harvard en estudios sobre democracia. La hipótesis central plantea cómo en estos tiempos las democracias se han derrumbado mayoritariamente no con golpes violentos, sino a través de un deslizamiento gradual de los gobernantes hacia el autoritarismo.

Evidencias empíricas que confirman la hipótesis hay muchas; Venezuela es, en todo caso, el referente fáctico más reciente y el más cercano a nosotros. Dicen los autores: “Es bien sabido que de vez en cuando emergen demagogos extremistas en todas las sociedades, incluso en las democracias saludables”. Venezuela siempre fue una de las democracias más estables y maduras de América Latina; la firma del Pacto de Punto Fijo a finales de la década del 50, normalizó la política, profundizó la democracia y trajo años de estabilidad social y económica. “Cuando Chávez puso en marcha la revolución que había prometido, lo hizo democráticamente: En 1999 celebró unas elecciones libres a una nueva Asamblea Constituyente en la que sus aliados se impusieron por mayoría aplastante”. En este caso el retroceso democrático empezó en las urnas.

Tal retroceso se hizo más evidente en el 2003, cuando Chávez, asediado “por un apoyo público que se desvanecía paralizó un referendo organizado por la oposición que lo habría destituido y lo pospuso hasta el año siguiente, cuando los precios del petróleo, que se hallaban por las nubes, le brindaron un respaldo suficiente para salir vencedor”. Lo demás es historia bien conocida. Su muerte y la sucesión por Nicolás Maduro, quien intentó legitimar su mandato en 2014 con unas elecciones muy cuestionadas. Muchos no recuerdan que en las elecciones del 2015 ganó claramente la oposición al elegir un Congreso mayoritario (los autócratas también dejan ganar, a veces, a la oposición), “...hubo que aguardar a que una nueva Asamblea Constituyente monopartidista usurpara el poder al Congreso en 2017, casi dos décadas después de que Chávez accediera por primera vez a la Presidencia, para que Venezuela pasara a reconocerse ampliamente como una autocracia”.

Tal es el contexto en que se realizaron las elecciones del domingo; volvieron las detenciones arbitrarias, se inhabilitó la candidata opositora más fuerte, María Corina Machado, pero las multitudinarias expresiones de fervor popular por ella y el candidato opositor, Edmundo González, nos hicieron pensar por momentos que la autocracia venezolana era una autocracia buena, generosa, desprendida. No fue así. Aunque los sondeos de opinión mostraron amplias simpatías por González y las encuestas a boca de urna lo dieron como virtual ganador, un opaco y sospechoso comunicado de media noche del 28 de julio del Consejo Nacional Electoral, le dio la victoria a Nicolás Maduro.

Lo que ha venido ocurriendo luego es también historia bien conocida: expresiones de furia popular, amenazas y represión de las fuerzas gubernamentales, detenciones en masa, rechazo de buena parte de la comunidad internacional y babosos comunicados de algunos presidentes latinoamericanos afines a la izquierda. No sabemos con certeza cómo van a evolucionar los acontecimientos venideros. Muchos le apostamos a que Maduro no asuma dentro de seis meses el mandato ilegítimo que le ha otorgado el Consejo Nacional Electoral.

Las razones. Nunca antes la oposición había estado tan unida, sobre todo alrededor de una persona que como María Corina Machado encarna el rechazo a la dictadura; segunda, la información fidedigna, técnicamente validada de los resultados electorales en posesión ya no solo de la oposición sino de la opinión pública mundial; y tercera, las que parecen ser evidentes expresiones de división en las toldas chavistas y en las propias fuerzas militares y de policía.

Descartados los conciertos en la frontera para tumbar dictadores bueno es pensar que la confluencia de esos factores y la intervención más efectiva de la comunidad internacional harán posible contar con la experiencia fáctica que nos aproxime a un estudio que nos diga cómo caen las autocracias en estos tiempos, y mejor aún, cómo impedir que los autócratas lleguen al poder.