Octavio Escobar Giraldo publicó su nuevo libro, Manu (Planeta, 2024). Es un libro de aventuras sin salir de la casa. Manu es un niño (¿mujer, hombre? No se sabe) con una gran imaginación. Su hermano mayor narra sus ocurrencias. Al final nos deja una palabra atravesada en el corazón.

El libro está dirigido a niños, pero yo creo que lo deben leer lectores de todas las edades. Me hizo pensar en una idea que me gusta mucho: la imaginación no es la ficción -aunque tiene que ver- sino la capacidad de relacionar los sentidos con la memoria y así crear nuevos símbolos y nuevos significados. Eso que los niños hacen con tanta facilidad; eso que los adultos nos empeñamos en dejar de lado.

El mundo de Manu no es un mundo fantástico; es un mundo muy real, aquello que Cortázar llamaba como la verdadera realidad: el hecho “científico” y “comprobado”, como diría Manu levantando su dedo índice, de que lo cotidiano está lleno de fenómenos extraordinarios. Allí los cordones son gusanos de colores. Hay palabras secretas -como cusumbosolos y lapislázulis- para entrar a mundos desconocidos. Hay túneles intercontinentales cuyos portales son las piscinas de pelotas. Las orquídeas se hacen las sordas, las películas no terminan en el final y los animales también viven en los libros. Además, con Manu la mente no tiene género.

Hace unos días estuve en la playa con mi prima Amelia, de cuatro años. Junto a ella descubrí que, si se enterrara en la arena durante una semana, saldría después un árbol de Amelias que le diera sombra al mar. O que ella es capaz de crear un vórtice en el universo, solo con sus palabras: “Mañana me tomé un agua de mi termo”.

¿Por qué nuestra realidad no puede ser maravillosa? ¿Acaso estamos condenados a la zozobra, al desasosiego? Manu se sobrepone a la tragedia de su país con la mejor y más fina venganza: la imaginación. Encontrar la maravilla en las cosas simples -que son simples en apariencia- es la verdadera revolución. Hoy, cuando la indignación nos persigue con la misma hacha con la que seremos cancelados y cuando la tristeza es un modo de ser que se convierte en vicio, Manu nos enseña que la fantasía está al alcance de la mano, siempre que se quiera ver.

¿Cuántos Manus hay por ahí? ¿Cuántos Manus han dejado de serlo en este país? ¿Cuánto de Manu somos? Después de la lectura del libro se logra entender la finura de la mirada de los niños y nuestra vocación muy empeñada de hacérselas olvidar. Uno de los crímenes más violentos ha sido coartarles esa imaginación, imponerles nuestros vetustos modelos -nuestros vetustos modales- de patrias, himnos e identidades. De la mano de Manu el lector se encontrará no con el Manual de Carreño, sino con un manual para amarrarse los zapatos: el Manual de Manu.

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P.D.: Hoy cumplo un año como columnista en LA PATRIA. Gracias al periódico por publicar mis columnas, a su equipo de periodistas y editores y a los lectores que han pasado por aquí.

Julián Bernal Ospina