Inmenso, como lo es el interior del alma humana –la que él sí pudo apreciar-, navega en el tiempo ejerciendo su principal magisterio, un ciego inmortal, el inmortal Homero. Navega iluminando, desde la total sombra de sus ojos, lo que son los acaecimientos, afanes y nostalgias de los humanos de siempre, para que no se diluyan en la imperdonable penumbra del olvido. Al entregarnos sus dones, que son un bello firmamento universal, sobre el navegante espíritu de la humanidad, Homero navega.
Lo anterior porque bien se ha dicho que la “Ilíada” representa el permanente combatir del ser humano. Y que “La Odisea” es el interminable peregrinar de nosotros, los nostálgicos del exilio en esta tierra, en la que, navegando y navegando, suspiramos por arribar y anclar en un remoto, para nuestra alma su hogar nativo.
¿Qué auscultan los ciegos que nosotros no? “Mirando la oscuridad, ¿qué ven los ciegos?”, pregunta Shakespeare. Tal vez una distinta vida interior. Nos sirven los Evangelios. El caso de Bartimeo, mendigo y ciego. Pasa Jesús (Marcos, 10, 46-34) por la puerta de Jericó y desde lejos este invidente visionario advierte de quién se trata y comienza a gritar: “Jesús, Hijo de David, el Mesías, ten compasión de mí”. Es curado: “tu fe te ha salvado”.
Y digo que Homero navega, por su vigencia entre los grandes espíritus. Platón, el gran inquisidor de los poetas, reconoce su magisterio; Aristóteles lo tiene por modelo; Virgilio en “La Eneida”; Dante en su “Divina Comedia”; Milton en “El Paraíso Perdido”; para los árabes de aquel lejano Islam florido, Homero era su contemporáneo. Y así se continúa en muchísimos. Repito que Homero navega, pues bien lo resumió Raymond Quenau: “Toda obra literaria valiosa es la Ilíada o la Odisea”.
Durante muchos años he recopilado apreciaciones sobre Homero. Maestro de la humanidad (Werner Jaeger); honra y prez al altísimo poeta… señor del canto soberano (Dante); Grecia es Homero” (Shelley); vasto espacio poético que Homero gobernó como heredad (Keats); Oh tú, eterno Homero (Byron); la naturaleza y Homero son lo mismo (Alexander Pope, poeta y traductor de Homero); su fuerza apolínea me convence de seguir viviendo (Nietzsche); ¡qué noble humanidad y qué serena grandeza!(Winckelmann); manifestación de la imaginación divina (W. B. Yeats); qué solemne belleza y qué inagotable emoción (Alexandro Baricco); el presente es como un viento divino a los ojos de Homero (D. Grunbein).
Por sus enemigos lo conoceréis. La izquierda extremista llamada “woke”, propone prescindir de Homero, considerado fundamento de esta civilización que pretende aniquilar.
Si Ortega y Gasset aseveró que “no hay nada que se mueva en Occidente que no sea griego en su origen”; y si Homero es reconocido -sin discusión- como el gran educador y maestro de Grecia, entonces también es, aquí, hoy, 2700 años después, preceptor y maestro.
Es una enigmática sonrisa -de la historia y de la poesía, de la luz y de la noche- el que esa majestuosa construcción espiritual llamada civilización occidental, haya recibido sus dones y su grandeza desde los ojos nocturnos de un ciego. De un ciego con alma iluminada.