Desde mi perspectiva, la izquierda en Colombia está sentenciada a padecer, de tanto en tanto, no cien años, pero sí largos períodos de soledad. 
Porque, en materia electoral, este, el nuestro, es el país del reiterado regreso electoral al centro, al establecimiento y a la derecha institucional. Lo anterior lo ratificaron las elecciones de este pasado 29 de octubre. Y lo confirmarán las presidenciales del 2026. 
No es necesario remontarse al siglo XIX para comprobar esta constante, sino que basta con referir solo tres de entre los últimos recientes episodios comiciales, en los cuales pareció que los alternativos se alzarían con triunfos duraderos. Pero no. Poco después de estos se regresó a la situación anterior. 
El primer retorno aconteció el 19 de abril de 1970, cuando el general Rojas Pinilla, que mezcló su populismo y su fascismo con una izquierda tropical, casi -o no casi- que barrió en esas presidenciales.  Ocurrió ello porque los dos partidos tradicionales dormían sobre sus laureles, conquistados en las jornadas del 10 de Mayo, las que obligaron a renunciar al dictador Rojas. Olvidadas esas colectividades de los problemas de los sectores populares, aprendieron la lección, algo corrigieron, diseñaron políticas sociales y, sobre todo, los congresistas se encargaron de ejercer un clientelismo benévolo. El “rojismo” se desvaneció en el aire. Y el establecimiento, pasados cuatro años, resurgió indemne. 
El segundo retorno se dio en 1991. El sistema político se advertía saturado y la solución fue la Constituyente. En las elecciones de esta última, dos raros contestatarios, Álvaro Gómez Hurtado y el M19 obtuvieron su control, el que compartieron con el liberalismo. Pareció abrirse una perdurable opción para un gobierno diferente, pero no se dio. Al año siguiente el país retornó a César Gaviria, apuntalado, y el congreso revocado volvió a ser el mismo, casi que reelegido. 
El tercer retorno aconteció en el  2022. En este año, aunque solo se presentaron algunos signos similares a los de las dos circunstancias anteriores, el gobierno de Duque, mediocre, con la corrupción sostenida y una tan torpe reforma tributaria, precipitó el giro a la izquierda. Y el favorecido fue Gustavo Petro. Hubiera podido ser otro cualquiera, pero era él quien estaba en turno. Era el cambio. 
En este último evento, el del 2022, el retorno hacia el centro de la derecha fue más rápido. Hoy, a menos de un año y medio después de las elecciones de mayo de ese año, el mapa electoral del país lo tenemos regresado a la época anterior a Petro.
Este retorno, sin embargo, se diferencia de los dos anteriores, porque aquí sí hubo una real oportunidad -la presidencia- para demostrar que los contestatarios sí podían gobernar bien. Se malbarató esa posibilidad  gracias a la presidencia volátil, insustancial, contraproducente  y sin rumbo de Gustavo Petro. 
Y en este último campo es en donde le caben responsabilidades  al presidente por los resultados que favorecieron  a sus opositores. Un presidente no bien calificado, inclusive impopular, hubiese evitado que su nombre fuera tema de campaña. Y aunque en este salpicón de partidos y coaliciones resulta imposible determinar en qué cuantía fue el mandatario responsable de su insuceso en las urnas, lo cierto es que sí se dio, en buena parte, un voto de castigo al presidente. En Bogotá, por ejemplo, con sus concentraciones públicas Petro convirtió la elección del alcalde en un plebiscito sobre su gestión. 
Habría que restarle un poco en su responsabilidad por el hecho de carecer la izquierda de candidatos regionales representativos, con posibilidad de atraer votantes. Gran déficit que al mismo tiempo constituirá, para ella y en el futuro, su gran dificultad  electoral. 
Sacar adelante las  reformas le costará mayor mermelada al gobierno. Como producto de la memoria rencorosa del presidente,  podrían presentarse tensiones entre más regiones y el primer mandatario. Basta recordar el tema del Metro de Bogotá. 
La “ asomatognosia” es una dolencia real que la sufre quien no puede reconocer su propia posición en el espacio. Y como el presidente adolece de “asomatognosia” política, la cual, no obstante la delicada problemática nacional, lo 
pone, muy bravío, a viajar, realmente o en Twitter o en X, por Israel, por Gaza, por Palestina, por Hamás y etcétera, todo lo cual indica que igual de impenitente estará él peregrinando y vagando a trasmano por muchos y muy remotos lares hasta el 2026. Y por esto y por esas otras anormales circunstancias, la izquierda, en ese año y en las presidenciales, si no desaparece del mapa político, por lo menos llegará muy roturada y atomizada. Hasta ellos lo saben, menos Petro. 
En esas presidenciales del 2026 el castigo será peor, ya que Petro posee una mentalidad destructiva. En esa fecha habrá destruido hasta la izquierda. La suya, la que contribuyó a elegirlo