Pregunta: si al reflexionar sobre la situación del país y del gobierno de Gustavo Petro, advierte en Usted los siguientes síntomas:
“Un malestar difuso e indescriptible… desorientado…se siente juzgado, desvalorizado, manipulado, amenazado, acosado, maltratado… y siente un vacío difuso después de relacionarse con esa persona…”
Si advierte eso, eso a Usted, y con Usted a muchos otros colombianos, nos indicará que estamos padeciendo un liderazgo presidencial tóxico.
Este problema les puede acontecer a las democracias, porque -no obstante ser este un sistema de gobierno de gran magnitud ética, política y legitimante- les ocurre, de cuando en vez, que después de unas elecciones llega al gobierno un jefe de la oposición, un político brillante en ese ejercicio, que ha cumplido meritoria labor en ese terreno. Pero que -¡oh desencanto!- traslada esos sistemas y esas actuaciones a su desempeño desde el gobierno, como si continuara considerándose el jefe de la oposición; y que por lo tanto no sabe o no puede o no está capacitado para hacer el tránsito de lo criticable a lo constructivo.
En cierto grado y hasta cierto punto, toda oposición tiene un mucho de toxicidad. Negativa, crítica, pendenciera, desafiante, descalificante, dedicada a mostrar corrupciones, errores, faltas, toda oposición, a pesar de ello, la bien ejercida es conveniente como lo son los antibióticos ante ciertas enfermedades.
Si bien en la oposición se tolera y se permite e inclusive se requiere alguna irresponsabilidad, en el jefe del gobierno ese proceder será contraproducente y generará desconfianza, pérdida de legitimidad, y, sobre todo, conllevará el desgaste de la palabra presidencial, cuyo respeto este lo tendría que salvaguardar, como que es ella el arma democrática de oro para conseguir los fines de un buen gobierno.
El liderazgo más toxico es aquel que se ejerce a través del miedo. Por eso miedo me produjo a mí, el estar gobernado por alguien que, según palabras de su ministro del interior, colocó a todo su gabinete en “matrícula condicional”. Lo que indica que todos esos altos colaboradores, desde ahora, debieron considerarse con uno de sus pies en el asfalto. Nadie trabaja bien así, rodeado por la temible interinidad.
Genera, ese liderazgo, la cultura del miedo entre sus colaboradores, lo que hace que la permanencia de ellos sea breve. Se le señala a ese gobernante como un destructor de talentos.
Fue así como en el mayor de los absurdos, el presidente les dio un mes a sus ministros para que agilizaran las respectivas ejecuciones presupuestales. ¡Qué horror! Para hacerlo tendrían que despilfarrar, gastar en lo que no se necesita, e inclusive inocentemente violar las normas de contratación -las que se toman su tiempo- para satisfacer a su jefe.
Es una característica del líder toxico, esta de abrumar a sus colaboradores con exigencias de resultados inmediatos, así se sacrifiquen otros estándares más demorados pero más convenientes. Y Algo peor: proceder así conllevará un desgaste sicológico para dichos altos colaboradores, al agobiárseles con metas irreales e inalcanzables.
Irresponsable, este presidente se comporta como si no tuviera que dar cuenta de sus actuaciones. Incumple, sufre berrinches, lidera a través del drama, cree que todo lo sabe y no considera que hoy por hoy todos, a cualquier edad y en cualquier posición, necesitamos aprender. Y por eso desde su cumbre de poder, también y sin que caiga en la cuenta, se nos ha estacionado él en la “cúspide de la ignorancia”.
Considera el presidente que el poder se ejerce para cuidar su imagen. Desde su elevado trono, a los de su entorno les resultará muy arduo dialogar con él; y a él muy difícil escucharlos y sopesar sus iniciativas y opiniones. Aborrecerá la diversidad creativa en su equipo, y los ministros que se atrevan a divergir de sus concepciones saldrán muy rápido. Solo sus áulicos permanecerán en sus puestos, y eso mediante “la conspiración del silencio”; o para no ser despedidos ellos se convertirán en unos “yes men” o en unas “yes women”. Un jefe aislado, entonces.
Tratará a sus colaboradores como cosas, o como material exprimible, a los cuales, una vez obtenido su jugo, se les desechará en la basurera. O en una embajada.
Conflictivo, divisivo, destructivo, su ego dirigirá sus actuaciones. Y exigirá, igual, que los demás se inclinen reverentes ante ese mismo ego. Si se examinan sus chats, se verá que incumple en ellos tres de los cuatro acuerdos: no tomes nada como personal, cuida tus palabras, y no supongas nada, más bien ten certezas.
Por sus repetidos desaires e incumplimientos, generará una gran incógnita. Un líder caótico, ocurrente al desgaire, como ciertos toreros con meros desplantes, y que desconcierte, es una contradicción en los términos. Hará dudar de sus condiciones morales para liderar, puesto que a los dirigentes políticos, mientras más altos, más se les exigirá que su ejercicio personal esté en concordancia con los requerimientos éticos de su cago.
En nuestro caso nacional, el problema se nos presenta muy agudizado, porque tenemos en la presidencia a una persona que desde su infancia y durante cincuenta años o más, ejerció, con algún éxito, la oposición, inclusive la armada y guerrillera. Y por ello mismo, tendremos que padecer el siguiente hecho: lo que alguien fue y lo que representó toda una vida, será muy difícil que lo modifique en un cuatrienio. Sin embargo, este sería, para mejor, el verdadero cambio, del que tanto algunos se ufanan.
Apostilla. “Sic transit gloria mundi”, es la locución latina que señala lo efímero de los humanos triunfos, los que fácilmente se desvanecen en los diversos y cambiantes escenarios del tiempo y del mundo.