Propone Stefan Zweig que la historia y personalidad de Napoleón Bonaparte se convirtieron en leyenda cincuenta años después de su destitución como emperador de Francia, cuando “los diez millones de muertos ya se han podrido, los inválidos han sido enterrados y las devastaciones de Europa han quedado curadas hace mucho”. Toda leyenda heroica, prosigue, “es siempre una retaguardia espiritual de la historia”; por esto se le exige “ilimitado sacrificio… entrega sin reservas… locura heroica”.
Pues bien, la tragedia venezolana nos hace testigos en América del Sur y el mundo entero del nacimiento de una nueva leyenda, de la altura de su compatriota, Simón Bolívar: María Corina Machado. Y no exagero. Los historiadores no tendrán que hacer esfuerzo para ponderarla, no importa cuál sea el resultado. Escribo siete días después de las elecciones que el 28 de julio robó el dictador Maduro; no sé cuál sea el desenlace.
Amar la libertad y respetar la democracia, implica desear que Machado triunfe, que logre la liberación de un régimen de un cuarto de siglo sostenido con base en el plomo de sus armas, el espionaje al ciudadano, el encarcelamiento sin juicio ni defensa al opositor por el mero hecho de oponerse. Un régimen brutal, perverso como el de Corea del Norte y torpe intelectualmente: el informe del Consejo Electoral (propiedad del régimen, por supuesto) declaró su victoria, con una suma de 126%, ¡je!
Ahí está la genialidad y la heroicidad de Machado: desnudó un régimen bruto y del terror ante el mundo, de manera totalmente pacífica. Unió a un país en torno a una muy difícil probabilidad electoral y demostró el fraude. Todo esto es de otro nivel. Quienes dudan en respaldar y reconocer la singularidad y fuerza de un movimiento pacífico por la libertad, como lo fue el de Gandhi, respaldan una violenta dictadura; para ellos, lo importante es que esté del lado de sus objetivos políticos.
María Corina, siempre de blanco, no pide la muerte para el dictador, sino que pague con cárcel sus delitos. Sabiendo incluso que existen sectores militares que quisieran apoyar su movimiento, no llama al alzamiento militar, y tampoco invita a su pueblo a disparar a las fuerzas del tirano. No quiere sangre; solo paz y libertad. María Corina, lidera y moviliza con semblante fresco, transparencia y un manejo contenido del lenguaje; solo las palabras necesarias, no se desgasta con juicios de valor y menos con insultos al opresor o a sus secuaces.
Aguantó durante 15 años. Se plantó desde el inicio, de frente y vertical contra el opresor, sin dobleces, con carácter. Se ganó la legitimidad política casa por casa, comenzando con los más pobres y abandonados, luego diseñó y lideró una estrategia brillante para las elecciones y los días posteriores. No tengo idea de cuál será el desenlace. Pero lo hecho hasta hoy ya la convierte en una leyenda: una líder pacifista contra una dictadura, con capacidad de convocatoria superior, estratega y humana. Luchadora por la libertad sin cansancio.
El resultado, cualquiera que sea, impactará a toda la región. No sólo los venezolanos tienen que ponerla en el altar de su historia. Toda América Latina tiene que agradecer su inteligencia, “ilimitado sacrificio” y heroísmo, que desnudaron plena y humillantemente a un régimen que prometía oro y trajo estiércol.
María Corina ya es leyenda a la altura de Lincoln, de Churchill o Mandela. Sin haber hecho un solo disparo. Sólo con la bandera de la libertad y la resistencia pacífica y con una infinita entrega por su pueblo. El espíritu y alcance de su revolución, y el de ella misma, son ya una huella indeleble en la historia. Pase lo que pase.