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Si algo nos cuesta a los colombianos, tan acostumbrados al juicio ligero, a la descalificación prejuiciosa, al sesgo de confirmación, es poder conversar con el ánimo de lograr consensos. 

La democracia es un pacto entre los miembros de una sociedad para convivir en comunidad o crear una nación. Las fronteras y los territorios que estas definen, así como las idiosincrasias que se construyen son resultado de las relaciones humanas y del logro de consensos, como debe ser, o de la imposición de la fuerza, en algunos casos. Esta realidad obliga a pensar en cada época cómo mantener esas relaciones y, sobre todo, pensar en cómo resolver los conflictos.
El filósofo español Daniel Innerarity en su libro La sociedad del desconocimiento (2022) plantea que “los modos jerárquicos y verticales de organizar la convivencia son inapropiados para sociedades de inteligencia distribuida, que no entienden su pluralismo como un inconveniente, sino como un valor cada vez más acostumbradas a la articulación horizontal de las relaciones y donde son de muy escasa utilidad las órdenes sin legitimidad o las instituciones políticas que impliquen verticalidad y sumisión". Con esto nos significa que las instituciones que nos rigen no fueron pensadas para reflejar la diversidad que se acepta hoy y que caracteriza prácticamente a todas las sociedades. De hecho, nuestro país se reconoce como diverso y pluriétnico, pero sabemos que concretar esto es mucho más difícil que consignarlo en una norma.
Entonces es necesario reformar todas las instituciones para adaptarla a los nuevos tiempos. Seguramente no hay que refundar una nación, pero es claro que sí se requieren algunos cambios que permitan la adaptación en un mundo cada vez más incierto. No es por la obsolescencia de los organismos, es por la necesidad de que vayan a tono con los cambios sociales o, incluso, que se anticipen a las transformaciones que se avisoran en una sociedad.
Sin embargo, tales ajustes no pueden pensarse de arriba hacia abajo, sino que tienen que partir de la conversación. Y esto nos conduce a algo en lo que queremos centrar la atención en este Editorial: los conflictos sociales requieren de una amplia conversación de nuestra sociedad, pero bien es sabido que si algo nos cuesta a los colombianos, tan acostumbrados al juicio ligero, a la descalificación prejuiciosa, al sesgo de confirmación, es poder conversar con el ánimo de lograr consensos. En este sentido somos tan difíciles en este asunto, que llamamos tibios a quienes invitan a asumir esta capacidad del ser humano en busca de objetivos comunes.
El XIX Conversatorio de la Jurisdicción Constitucional lo lideró en Manizales la Corte Constitucional, la más presigiosa institución del Estado colombiano y maestra en enseñarnos a reflexionar mejor sobre las necesidades, progresos y estancamientos de nuestro país. Lo que vimos del miércoles al viernes en Manizales fue una institución capaz de convocar a diferentes sectores para pensar el país desde el acuerdo más valioso que tenemos, la Constitución de 1991. Es una lástima que muchos no entendamos lo que significa conversar y que lo necesitamos con urgencia en este país
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Cuidado, no estamos hablando de miradas monolíticas de la sociedad. Al contrario, lo que decimos es que nuestra diversidad debe servir para potenciar la toma de decisiones en las que encontremos los mínimos con los que podamos ponernos de acuerdo para construir nuestros ojbetivos comunes. La falta de conversaciones sinceras y potentes son parte de nuestro estancamiento en frentes tan disímiles como la falta de diversificación económica o la baja calificación en los ítems de innovación en nuestro país. Es hora de que lo conversemos.