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La cuenta regresiva empieza a correr para Gustavo Petro. Llegó a la mitad de su periodo y el tiempo ya le pasa factura sobre lo que ha hecho en estos dos primeros años de Gobierno y lo que ha dejado de hacer. Es el primer presidente del progresismo en Colombia, que llegó apoyado por partidos de izquierda y también por corrientes políticas tradicionales, convencidas de que era el momento del cambio para el país, como Petro proponía, pero no lo ha logrado. El presidente escogió gobernar dividiendo y no concitando, ha intentando introducir a la fuerza sus reformas que han arrojado resultados muy poco favorables desde la institucionalidad nacional y la ciudadanía.
Es de los presidentes más criticados en la historia de Colombia y con menos favorabilidad, según marcan las encuestas, que no lo beneficia a él ni a sus copartidarios si es que buscan continuar con un proyecto político de largo aliento. Petro ha sabido desatar radicales amores, entre seguidores que poco o nada reconocen que es un Gobierno que ha cometido graves equivocaciones y desaciertos, pero sobre todo ha generado muchos odios en el país al no sentir respaldo en la figura del presidente. Prometió y dijo cosas en campaña y recién posesionado que nunca hizo en estos años. Sus ejecutorias han sido bastante precarias, pobres en casi todos los territorios o que apenas se inician, como es el caso de Caldas con anuncios de inversiones en Aerocafé, ciberseguridad, educación y adjudicación de recursos a asociaciones campesinas. El país lleva dos años en una tendencia inflacionaria creciente; con una fluctuación en las tasas de interés que no ayuda; con sectores fuertemente afectados como la construcción, vivienda, industria, manufactura y comercio que no se sobreponen, y el desempleo que poco cede. Pero además, ha sido un Gobierno que no ha visto a los industriales como aliados. Los escándalos, muchos de ellos de corrupción, protagonizados por este Gobierno no han ayudado a mejorar la economía ni a atraer inversiones extranjeras; lo mismo sucede con la teoría de descarbonizar la economía de un solo tajo con incrementos exagerados y continuos en los precios de la gasolina y frenando las exploraciones de petróleo y de gas, cuando debería ser un proceso paulatino de transición energética.
Ser un presidente 2.0 lo que ha hecho es alejarlo de la ciudadanía, que ve en Petro un gobernante sustraído de la realidad colombiana queriendo figurar más en contextos internacionales y ante problemas de otras partes del mundo que sobre la gravedad de los propios del país. No le ha funcionado su estrategia de comunicar todo, hasta las más importantes decisiones de gobierno por X, la red social de su predilección y en la que es común que divague entre teorías conspirativas que buscan darle un golpe blando y otras que parecen sacadas del sombrero, sin argumentos ni sustentos técnicos o asesoría. Ser un presidente viajero le resta, no le ha permitido sumar ni traer logros.

La seguridad de la Nación, bajo la promesa de llegar a la paz total, divaga entre incumplimientos de grupos al margen de la ley a los acuerdos establecidos en mesas de diálogo con el Gobierno y el ejercicio de la violencia y los actos ilícitos contra la sociedad civil. La salud, que intenta reformar Petro a como dé lugar ha sido y será de sus mayores descalabros porque el sistema está a punto del colapso. La educación no mejora. La deuda pública se incrementó en 20 billones de pesos y hay quienes aseguran que ha habido despilfarro. El presidente Petro llegó a la mitad de su periodo con un balance muy regular. Se espera que arranque la otra mitad corrigiendo el rumbo. El país se lo pide.