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Fotos | Jhonatan Quintero Villada | LA PATRIA | PEREIRA
Entrevista con el escritor Francisco González Medina sobre su obra Los olvidados
Jhonwi Hurtado
Francisco González es un hombre de letras y sensibilidad, un escritor que vive para sus libros y que ha sido moldeado por su entorno: la música, la lectura y una familia que siempre apoyó su inclinación artística.
A través de sus palabras, muestra sus luchas internas y su búsqueda de la belleza, una búsqueda tan contradictoria, por los temas que usa en su escritura, como la realidad de Colombia. Y aunque no sabe dónde terminará su viaje, sí sabe que la literatura siempre será su compañera.
González se reconoce como caleño de pura cepa pero vive en Santa Rosa de Cabal (Risaralda). Su conversación va tejiendo una narración que va entre la crítica social, los vulnerables y la manipulación de la guerra.
Algo muy similar a lo que hizo en su más reciente obra titulada Los utilizados, una novela publicada por Klepsidra Editores. En el libro, el autor lleva al lector a través de un paisaje social marcado por la violencia, la política y las heridas abiertas del pasado.
En su escritura y en su conversación, González combina lo simbólico y lo psicológico. En la novela explora la paradoja de cómo las mismas personas, a los que él llama los "utilizados", continúan siendo víctimas de un sistema que los perpetúa en ciclos de sufrimiento.
El autor utiliza alegorías poderosas, como los fantasmas que acechan la memoria histórica, para invitar al lector a reflexionar sobre los ecos persistentes de una violencia que parece no tener fin.
En Santa Rosa de Cabal, el escritor decidió abrir su memoria para escudriñar los motivos que lo llevaron a ser escritor, sus pasiones y su influencia juvenil.
Francisco González: Algo que marcó profundamente mi infancia fue la vida que tuvimos por el trabajo de mi papá. Él, debido a su labor, tuvo que trasladarse de un pueblo a otro, y así llegamos a Restrepo, Valle. Mi papá trabajaba en la central hidroeléctrica de Anchicayá, donde era operario de maquinaria pesada.
Lo que más recuerdo es la música. La música estaba en todas partes: en los cafés, en los billares, en los mercados. Sobre todo, un tango que me marcó profundamente: "Lejos de Ti". Ese tango ha quedado grabado en mí y lo menciono en varios de mis escritos. Me enamoré del tango y del bolero,
Jhonwi Hurtado. Estando en Jamundí, ¿Ya sentía esa inclinación hacia la escritura o fue algo que surgió con el tiempo?
F.G. Mi inclinación por la escritura comenzó mucho antes de entrar a la escuela. Mi mamá fue la gran gestora de mi amor por las palabras. Ella me enseñó a leer y escribir antes de que comenzara la primaria, lo que me dio una ventaja frente a otros niños.
Recuerdo que en primer grado ya sabía leer, y el maestro me pedía que le llevara el desayuno todos los días. Siempre me dejaba comida, y mi mamá, al ver que era tan adelantado, decidió que no me pasaran de curso, aunque la propuesta estaba sobre la mesa.
J.H ¿En qué momento usted decide escribir algo?
F.G. Recuerdo que después de leer libros como María de Jorge Isaacs, La Vorágine de José Eustasio Rivera, Siervo sin tierra de Eduardo Caballero Calderón, y los clásicos rusos como Dostoyevski, me di cuenta de que lo mío era la escritura.
Me atraparon tanto esas historias que conecté con la idea de crear las mías propias. Estaba muy joven cuando sentí esa revelación. Incluso empecé a escribir mis propios versos y relatos. Fue ahí cuando decidí que escribir era lo que realmente quería hacer con mi vida.
J.H ¿Usted cree que sus primeros escritos estaban influenciados por otros autores, como Caicedo o Manuel Mejía Vallejo?
F.G. Mucha gente ha encontrado conexiones entre mi obra y la de Caicedo o incluso con La casa de las dos palmas de Manuel Mejía Vallejo, pero personalmente me siento distante de esa influencia directa.
Lo que pasa es que todos los escritores, aunque no lo queramos, nos nutrimos de nuestros contextos. En mi caso, mi influencia más fuerte fue Gustavo Álvarez Gardeazábal, especialmente por sus obras Cóndores no entierran todos los días y su trabajo en el periodismo.
Para mí, la literatura es un reflejo de la realidad social, y esos autores, con su visión de Colombia, calaron profundamente en mi forma de escribir.
J.H ¿Usted cree que el escritor nace o se hace?
F.G. Para mí, el escritor nace. Al igual que el pintor, el fotógrafo o cualquier otro artista, el escritor tiene algo innato, un talento que es parte de su ADN. Claro, la práctica, el estudio y la lectura ayudan a pulir ese talento, pero lo esencial ya está allí, en el alma del escritor.
A veces se habla mucho de si la escritura se puede enseñar, y en parte, sí. Pero si un niño no tiene el amor por la lectura y por contar historias, difícilmente se convertirá en un buen escritor.
J.H. En relación con la escritura y los talleres, ¿usted cree que la enseñanza formal puede ayudar en este camino?
F.G. Creo que la literatura tiene alma, y eso no se puede enseñar a través de tecnificaciones. Hoy en día, el sistema educativo tiende a cuadricular demasiado a los estudiantes, a imponerles un formato que limita su creatividad.
Al igual que en el fútbol, donde se pierde la espontaneidad y la jugada creativa por la obsesión de seguir un esquema, lo mismo pasa con los escritores y los periodistas. Nos están cortando las alas, nos están limitando, y eso mata la imaginación.
A mí me gusta enseñarles a los jóvenes a que sean ellos mismos, a que lean, a que escriban lo que sienten. Si lo tienen dentro, lo van a sacar.
J.H. En Los Utilizados, ¿cuál fue la búsqueda principal en la novela?
F.G. En la novela quise reflejar tres realidades: la violencia y la guerra, la religión y la política, y la dimensión del amor y el erotismo. Todos estos aspectos de la vida humana nos moldean, nos definen, y a veces nos hacen sentir como si fuéramos simplemente piezas de un gran engranaje, utilizados por fuerzas mayores.
Quise mostrar cómo estas realidades afectan a las personas, cómo a menudo nos sentimos atrapados en ellas, como personajes en una historia que no podemos controlar.
J.H. ¿Qué es lo que más le atrajo de Colombia para escribir sobre ella?
F.G. Para mí, Colombia es un país lleno de contrastes, y eso lo reflejo en mis libros. La violencia, la política, las luchas internas… pero también el amor, la solidaridad, la belleza de sus paisajes y su gente.
Como lo dijo Germán Castro Caycedo, nuestra Colombia es una tierra amarga, marcada por una historia de guerra y conflicto, donde los mismos muertos van y vienen, siempre siendo los mismos: el campesino, el obrero, el militar.
J.H. ¿Y cómo terminó en Santa Rosa de Cabal?
F.G. Nunca imaginé que saldría del Valle del Cauca, pero mi hijo se mudó a Pereira y me invitó a visitarlo. Después de unos años en Pereira, unos amigos me trajeron a Santa Rosa de Cabal.
Fue amor a primera vista. Me enamoré de este lugar, de su tranquilidad, del sonido de las campanas, de los parques y de la gente. Aquí, en el Eje Cafetero, encontré el lugar perfecto para vivir.
J.H. Finalmente, ¿vive de sus libros o para sus libros?
F.G. Creo que he vivido para mis libros, pero también he vivido de ellos. A pesar de las dificultades, siempre he logrado vender mis libros, y eso me ha permitido seguir escribiendo y haciendo lo que más me gusta.
Ahora, con libros como La casa del señor Medina, que aún sigue circulando, siento que el trabajo está dando frutos. Pero más allá de lo económico, lo que más valoro es que mis libros sigan llegando a los lectores, que continúen vivos en la mente de quienes los leen.
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