La Sonora Ponceña salsoteca de Pereira se prepara para su reapertura el viernes 7 y sábado 8 de marzo a partir de las 7:00 p.m. 

Foto | Cortesía | LA PATRIA | PEREIRA 

La Sonora Ponceña salsoteca de Pereira se prepara para su reapertura el viernes 7 y sábado 8 de marzo a partir de las 7:00 p.m. 

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La historia de la salsa en Pereira es extensa pero ha perdido fuerza con el tiempo. De los bares icónicos que surgieron el siglo pasado se sostienen muy pocos. Las nuevas tendencias musicales han quebrado un espíritu que parecía impoluto. 

Aún así, como si se tratara de una tarea de Sísifo, surgen personas que lo siguen intentando, que a pesar de tener todo en contra, miran hacia el futuro con ojos soñadores y buscan oportunidades para abrir bares o reinaugurar otros que se creían en sus últimos días. 

Esa pasión por insistir, hace parte del espíritu humano que la salsa encarnó muy bien. Sobre todo cuando se trató de ir en contra de lo establecido y de sentar un precedente social, cultural y político. 

Esa característica tal vez sea el resultado del sentir caribeño –amalgamado en culturas tan distantes como la diáspora africana, el devenir occidental de Norte América y las pasiones de la América aborigen– creando en quienes beben de esa música, una forma de ver el mundo que oscila entre el misticismo y la rebelión, o para decirlo de otro modo, los salseros saben que por cada risa hay diez lágrimas. 

Tumbao revolución 

Así lo vive Mauricio Restrepo, un joven salsero que lleva dos años viviendo el sueño de tener su propio bar de salsa. Noche tras noche abre Pa Mayarí –ubicado en La Pradera, Dosquebradas– con los ojos sonrientes. 

La administración de ese lugar la tiene en compañía de Ángela Castro, su socia y compañera sentimental. Ambos inauguraron un espacio cálido, exclusivo de salsa, que les ha entregado sorpresas. 

Quizá la más grande de todas le pasó a Mauricio. Aunque prefiere escuchar, a veces le gusta contar historias. Una de esas noches contó que su interés por tener un bar de salsa surgió cuando estaba en la emblemática Sonora Ponceña. En medio de esa fiesta se dijo a sí mismo que tendría un bar salsero. 

Trabajó varias veces como mesero en La Ponce, como le dicen los allegados al bar, pero con el tiempo se alejó por sus proyectos personales, y por que después de la pandemia La Sonora –como también le dicen– tuvo una mala racha. 

Su cercanía con el hijo del fundador del bar le permitió conocer que querían dar en adopción el bar. Jairo Ordilio Torres buscaba quien administrara el bar, porque a su hijo sus trabajos no lo dejaban. 

Mauricio fue la primera, y quizás la única opción. Sin embargo, Ordilio necesitaba estar seguro. Así que fue a Pa Mayarí para analizar cómo era el carisma de Restrepo antes de tomar una decisión. 

Después de un par de horas, La Sonora Ponceña ya era de Mauricio. “La Ponceña es historia, es cultura y es tradición. No podemos dejar que desaparezca”, mencionó Restrepo, convencido de que la salsa en Pereira toma un segundo aire. 

Jubileo 39 

La Sonora Ponceña, es uno de los bares de salsa más antiguos e icónicos de Pereira. Ubicado en la calle 27 entre carreras quinta y sexta, lleva 39 años en la historia de los habitantes de la ciudad. 

Para Mauricio es un reto mayor manejar un bar que estuvo cuatro años sumido en la oscuridad, perdiendo su clientela. 

“La idea es volver a lo que siempre fue: salsa, salsa y más salsa”, afirmó Restrepo, quien considera que en los últimos años el sitio había perdido la energía y el ambiente que lo caracterizaba.

“Queremos que la gente regrese y sienta que La Ponceña sigue siendo ese lugar acogedor, seguro y lleno de vida”, añadió.

Antes de abrir las puertas, Restrepo vio que todo debía cambiarse. Tumbó paredes, cambió el piso, puso nuevas luces, modificó la barra. Lo único que dejó inalterable fue la pista. 

Ordilio contó que esa pista fue idea de un barranquillero a quien le gustaba ir los domingos al bar a escuchar a Ángel Canales. El de curramba, era dueño de un almacén ubicado en la calle 16 de Pereira y le propuso el trato de darle un estilo más bonito al lugar, que para los 80, era más bien rústico. 

“Esa pista tiene su historia, usted no se imagina cuántos hijos o cuántas relaciones surgieron a partir de una bailada aquí en La Ponce”, dijo Mauricio entre risas. 

La remodelación no solo es estética, sino conceptual. El enfoque estará en la salsa tradicional, con una programación que incluirá clases de baile, proyecciones de películas y videos sobre la cultura salsera

Restrepo enfatiza que la idea es ofrecer un espacio de aprendizaje y disfrute para los amantes de este género musical.

“Mucha gente en Pereira aún no conoce La Ponceña y queremos cambiar eso. Vamos a reforzar su presencia en la ciudad y atraer nuevas generaciones”, comentó Restrepo.

Hachero de un palo 

Jairo Ordilio Torres Moreno nunca imaginó que su amor por la salsa lo llevaría a fundar uno de los bares más icónicos de Pereira. 

Desde su juventud, su vida ha estado marcada por la música afrocubana y las noches de baile, primero en Cali y luego en la capital risaraldense, donde hace 39 años decidió abrir La Ponceña, un espacio que nació de la necesidad de mantener viva la cultura salsera en la ciudad.

Torres, oriundo del Chocó, descubrió su pasión por la salsa en Cali, donde pasó parte de su juventud. En sus años de bachillerato, trabajaba en la capital del Valle del Cauca para solventar sus estudios en su tierra natal y, en sus ratos libres, se sumergía en la escena salsera caleña, en especial en el legendario Rincón Antillano

Allí, junto a otros jóvenes universitarios, se convirtió en DJ improvisado, compartiendo vinilos y programando música para animar las noches.

El destino de ese lugar, sin embargo, cambió de forma repentina. Un incendio consumió el Rincón Antillano y dejó a la comunidad salsera sin su refugio en Pereira, obligándolos a buscar nuevos espacios. 

“El único sitio de salsa que quedó en la ciudad fue La Fania, pero era inaccesible para los estudiantes. No podíamos pagar sus precios. También existía El Escondite, pero era un lugar exclusivo para empresarios y directivos del Deportivo Pereira. No había dónde rumbear”, recordó Jairo Ordilio.

Prende el fogón 

A finales de los años 80, Jairo Ordilio trabajaba como inspector de policía en Pereira. Su jornada de 24 horas de servicio y 24 horas de descanso le permitía tener tiempo libre, y en una de esas noches de descanso, mientras caminaba por la ciudad, tuvo una revelación: debía abrir su propia salsoteca.

Después de buscar varias opciones, encontró un local. No era el mejor sitio, pero el precio era accesible. Allí había funcionado una ebanistería y antes de eso, un bar clandestino. El lugar estaba deteriorado, sin piso adecuado, sin baños y con instalaciones eléctricas improvisadas. Sin embargo, Jairo Ordilio apostó por él.

Con lo poco que tenía, compró sillas y mesas de segunda mano, aprovechó su colección de discos y, con la ayuda de un primo que se trasladó desde Cali, montó el sistema de sonido. 

“Era todo muy básico, sin luces ni adornos. Solo una barra grande y un tocadiscos. Pero estábamos convencidos de que funcionaría”, contó Ordilio.

El inicio no fue fácil. Las ventas eran bajas y muchas noches terminaban regresando a casa sin dinero para un taxi. Además, los antiguos dueños del Rincón Antillano volvieron a abrir en la ciudad, aumentando la competencia. “Los clientes llegaban a la puerta, miraban y se iban. Algo nos faltaba”, recuerdó.

Fue entonces cuando decidió recurrir a las raíces de la cultura chocoana. “Me traje una tía del Chocó para que hiciera unos baños espirituales y bendijera el negocio. Me dijo: ‘Tranquilo, esto ya está arreglado’”. Esa misma noche, La Ponceña comenzó a llenarse y nunca más volvió a estar vacía.

Juégate a la suerte 

La historia de La Sonora Ponceña comenzó con una decisión que hoy parece anecdótica, pero que marcó su destino. La duda sobre cómo llamarla se resolvió con un sorteo entre su fundador y su primo, quien tenía una inclinación por la icónica orquesta puertorriqueña. 

Aunque el otro nombre en disputa era El Gran Combo, la suerte decidió que este rincón salsero llevaría el nombre de La Sonora Ponceña, y con él, una identidad clara: salsa dura y clásica.

Desde sus inicios, el establecimiento se mantuvo fiel a la salsa clásica, aquella que bebía de las raíces de la Fania, del sonido fuerte de la percusión y de los bronces que retumbaban en cada esquina del lugar. “Nosotros siempre estuvimos en la línea de la salsa clásica, la fuerte, la que la gente bailaba con sentimiento”, cuenta su propietario.

El éxito de La Sonora Ponceña no fue casualidad. Se construyó con base en un conocimiento profundo de la clientela, de sus gustos y necesidades. 

"Había noches en las que el público quería salsa fuerte y dura, y así se programaba la música", explicó el propietario. Sin embargo, también se dio espacio para aquellos que llegaban buscando algo más suave, más romántico.

El dueño del lugar entendió que la salsa no se aprende de la noche a la mañana, sino que es una pasión que se cultiva. Por eso, muchos clientes que llegaban sin conocerla terminaban volviéndose asiduos, atrapados por la energía del lugar y el ambiente único que ofrecía.

Sin negro no hay guaguancó 

Con el tiempo, La Sonora Ponceña se convirtió en un refugio para la comunidad afrodescendiente en Pereira. “Por muchos años, la clientela negra predominó, no solo del Chocó, sino también de Nariño, el Valle del Cauca y el Cauca”, relató el propietario.

Sin embargo, no estuvo exenta de prejuicios. En algunos círculos se decía que era un sitio exclusivo para negros y que no atendían a blancos. Este estigma hizo que muchas personas se abstuvieran de entrar, hasta que algunos decidieron comprobar por sí mismos que no era cierto.

“La gente se dio cuenta de que la salsa es un lenguaje universal, y poco a poco fueron llegando más mestizos. Además, muchos afros tenían parejas blancas y eso ayudó a romper barreras”, comentó.

El lugar también acogió a migrantes, a jóvenes universitarios y a personas que buscaban una conexión con sus raíces a través de la música. "Mucha gente venía no solo a bailar, sino a compartir historias, a encontrar con quién conversar", recordó el dueño.

Más allá de la música, La Sonora Ponceña fue un salvavidas en momentos difíciles. Uno de los episodios más cruciales para su propietario ocurrió en 1988, cuando, recién casado, perdió su empleo debido a decisiones político administrativas.

Sin trabajo y sin opciones inmediatas, su esposa le recordó algo fundamental: “Tranquilo, tenemos La Sonora Ponceña”. Durante seis meses, el negocio fue su única fuente de ingresos.

Tiempo después, gracias a la recomendación de un amigo, logró ingresar a las Empresas Públicas de Pereira y posteriormente ascendió hasta ocupar un alto cargo en la Universidad Tecnológica de Pereira. Pero la lección quedó clara: la salsoteca había sido su salvavidas en un momento crítico.

El legado de La Sonora Ponceña

La Sonora Ponceña no solo dejó huella en sus clientes, sino que también se convirtió en una tradición familiar. Muchos de los primeros asistentes regresaron años después con sus hijos, perpetuando la cultura salsera en Pereira.

“Es un sentimiento especial, ha perdurado en el tiempo no por lo que vale económicamente, sino por lo que representa”, dijo su fundador con orgullo.

Desde su apertura en 1986 hasta la actualidad, La Sonora Ponceña ha sido más que un bar. Ha sido un refugio, un espacio de encuentro y un bastión de la salsa en el Eje Cafetero. 

Su historia demuestra que la música es más que entretenimiento: es una forma de construir comunidad, de superar dificultades y de mantener vivas las tradiciones.

Hoy, La Ponceña se encuentra en un proceso de renovación, bajo la administración de Mauricio Restrepo, quien busca devolverle su brillo y mantener viva la tradición. Aunque el bar ha cambiado con los años, su esencia sigue intacta: ser un refugio para los amantes de la salsa en Pereira.

“La Ponceña es más que un bar. Es historia, cultura y un símbolo de la resistencia salsera en la ciudad”, concluyó Jairo Ordilio, con la satisfacción de haber construido un legado que ha perdurado por casi cuatro décadas.


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