El Ateneo estaba repleto de asistentes. La calle que lo une al Congreso de Diputados (parlamento español) estaba llena con los carros de los diplomáticos y de sus choferes y escoltas y de los asistentes a mi conferencia. Faltando quince minutos llegó la comitiva del rey de España. “La puntualidad es la cortesía de los reyes”. Yo estaba en la puerta del Ateneo porque el ujier no me dejó entrar porque no llevaba corbata. Yo le supliqué: “Por favor déjeme entrar que yo soy colombiano y el conferenciante va a hablar sobre Colombia”. Imposible. No le dije que yo era el conferenciante. Entró primero Juan Carlos. Todavía no era rey. Su título era Príncipe de Asturias.
Estábamos en 1974, y vivía Franco, “caudillo de España por la gracia de Dios” (como decían los fervorosos franquistas). El dictador ya estaba muy enfermo, y entre otras dolencias sufría de parkinson. Aprovechando la decadencia del caudillo, los españoles, que no lo querían le hacían caricaturas y memes, cosas que tiempo atrás hubieran sido imposibles. Al año siguiente moriría Franco y ascendería al trono como rey Juan Carlos Primero. Franco quería restablecer la monarquía, suspendida cuando el rey Alfonso XIII abdicó. Así que el rey debería ser Don Juan, el hijo de Alfonso XIII y de Victoria Eugenia de Battenberg y nieto de Alfonso XII. Pero Franco no quería a Don Juan, que llevaba el título de Conde de Barcelona y que murió en 1993. Así que antes de morir Francisco Franco Bahamonde dejó escrito que el hijo de Don Juan, sería coronado rey y este fue Juan Carlos Primero. El príncipe Juan Carlos pasó delante de mí a unos tres metros de distancia. (Aprovecho para recordar que no se dice: delante mío, detrás mío, encima mío, etc. sino delante de mí, detrás de mí, encima de mí). Y lo saludé de modo que me oyera: Alteza, buenas tardes. No me contestó el saludo. Enseguida entró Sofía, su esposa. De nuevo: Alteza, buenas tardes. Ni me miró, ni me respondió el saludo.
Detrás de Sofía entró don Carlos Arias. Franco había nombrado como sucesor al almirante Carrero Blanco, pero la Eta lo asesinó, así que Don Carlos Arias lo reemplazaría como presidente de gobierno. La misma situación. Enseguida pasó Dámaso Alonso, director de la Real Academia Española. Lo mismo, no me contestó el saludo. Por último entró el embajador, pero no lo saludé porque a pesar de utilizar un audífono, no oía casi nada. Entonces sonó el timbre para dar inicio a la conferencia. Lo oí desde afuera. Y también oí a Marta Portal, la novelista encargada del Aula de Literatura Hispanoamericana que venía zapateando duro sobre el piso de madera del Ateneo. No sé si el piso seguirá siendo de madera. Y hablaba en voz alta echando improperios contra los sudamericanos y diciéndome el insulto de sudaca. Decía que sus altezas esperaban en la sala y el sudaca no llegaba y temía que la echaran. (Continuará).