“Tengo trescientos troncos en mis estradas y en martirizarlos gasto nueve días. Les he limpiado los bejuqueros y hacia cada uno de ellos desbrocé un camino. Al recorrer la taimada tropa de vegetales para derribar a los que no lloran, suelo sorprender a los castradores robándose la goma ajena. Reñimos a mordiscos y machetazos y la leche disputada se salpica de gotas enrojecidas”.
“Mas que importa que nuestras venas aumentan la savia del vegetal. El capataz exige diez litros diarios y el fuete es usurero que nunca perdona. Y qué mucho que mi vecino el que trabaja en la vega próxima muera de fiebre, ya lo veo tendido en las hojarascas sacudiéndose los mosconeas que no lo dejan agonizar. Mañana tendré que irme de estos lugares derrotado por la hediondez, pero le robaré la goma que haya extraído y mi trabajo será menor. Otro tanto harán conmigo cuando muera. Yo que no he robado para mis padres, robaré cuanto pueda para mis verdugos”. Así leemos en La Vorágine.
Las tribus o comunidades indígenas que más sufrieron los crímenes de la Casa Arana fueron los huitotos, los boras y los nonuyas y los sufrieron de tres maneras: primero por las torturas y asesinatos, segundo por la desintegración de las comunidades y el desplazamiento dentro de Colombia y tercero porque durante la Guerra con el Perú en 1932 centenares de indígenas fueron llevados a ese país. El ejército peruano colaboraba con las fechorías de su paisano Julio Arana.
Como lo recuerda el gran investigador Roberto Pineda Camacho cuando la fiebre de la quina se vino al suelo en 1884 muchos de sus trabajadores quedaron sin trabajo y se enrolaron en el naciente negocio del caucho. En 1878 Elías Reyes y sus hermanos habían comenzado a explotar la quina en el Cauca y el Putumayo.
Para ello tumbaban los árboles y les extraían la corteza. El centro del negocio estaba en Mocoa. Tres fueron los principales denunciantes de los atropellos de la Casa Arana, que como dijimos fundó Julio Arana en 1903; poco a poco se fue apoderando con malas mañas de todo el negocio deshaciéndose de algunos socios como los pastusos hermanos Larrañaga y de otros competidores. También dijimos que en 1907 la Casa Arana, con capital inglés y sede en Londres, pasó a llamarse Peruvian Amazon Company.
El primero en denunciar los atropellos de la Casa Arana, que estableció su sede en La Chorera a orillas del río Igaraparaná, fue el periodista peruano Benjamín Saldaña Roca en 1907. Luego fue el ingeniero norteamericano W. Hardemburg que visitó la zona de las caucherías, vió los atropellos, conversó con los indígenas y como resultado escribió “El Paraíso del Diablo”, artículo que apareció publicado en el periódico The Truth de Londres. El escándalo causado por la denuncia sirvió para que el Foreign Office interviniera y enviara a Sir Roger Casement, que era cónsul en Brasil, a que constatará los crímenes del Putumayo. Este Casement aparece en La Vorágine.