En el contexto del Catatumbo los jóvenes enfrentan desafíos monumentales que reflejan un abandono histórico y estructural. Según la Comisión de la Verdad (2020), esta región no solo ha sido escenario de conflictos armados prolongados, sino también de un Estado cuya presencia se limita, en muchas ocasiones, al despliegue de la fuerza militar.
Este panorama ha generado un ambiente de desconfianza, represión y falta de credibilidad institucional, profundizando las heridas en el tejido social.
Dice la comunidad, “nos hemos sentido en riesgo porque ya no somos capaces de salir tranquilamente a hacer nuestras prácticas ancestrales: cazar, pescar o buscar comida. Vivimos con miedo cada vez que salimos a buscar el sustento del día a día”.
La reflexión sobre la construcción de paz en esta región nos lleva a conceptos como la Paz generativa, propuesta por Alvarado, Ospina-Alvarado y García (2012), que reconoce el papel transformador de las relaciones sociales y la necesidad de integrar las dimensiones éticas, afectivas y políticas en la búsqueda de un futuro mejor.
Insiste en el protagonismo de la juventud en la construcción de la paz, tejiendo nuevas narrativas a través del arte, la cultura y la participación activa en la toma de decisiones que afectan su territorio. Abarca lo relacional, las potencias y las posibilidades futuras. Así, para los jóvenes en contextos escolares, construir la paz significa: armonía y tranquilidad, diálogo para transformar conflictos, relaciones basadas en afecto y respeto, participación ciudadana, satisfacción de derechos y necesidades básicas, acciones externas efectivas y el fin definitivo de la guerra.
El análisis de William Luengas García (2022) sobre el impacto del conflicto armado en la niñez y juventud del Catatumbo refuerza esta visión al señalar que la pobreza, la falta de acceso a la educación y las dinámicas de violencia estructural son elementos que perpetúan el ciclo de exclusión.
Su tesis destaca la importancia de políticas públicas que no solo reparen los derechos vulnerados, sino que también promuevan capacidades para que los jóvenes construyan vidas significativas, alejadas de la violencia y la ilegalidad.
En este sentido, organismos internacionales como el PNUD (2003) y la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (2024) han enfatizado que la construcción de paz requiere una respuesta integral, en la que el Estado asuma un compromiso real con políticas sociales estructurales y de protección de derechos.
Estas políticas deben incluir no solo mejoras en infraestructura educativa y vías terciarias, sino también el fortalecimiento de iniciativas locales que surjan desde las comunidades, respetando sus saberes y liderazgos.
Un ejemplo inspirador es la Red de Jóvenes del Catatumbo, colectivo que integra a 15 organizaciones en municipios del Plan de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET). Estas iniciativas muestran cómo la cultura y el arte pueden ser herramientas poderosas para recuperar la memoria juvenil y transformar el dolor en oportunidades.
La paz generativa, en este caso, se materializa a través de la construcción de narrativas colectivas que reivindican el derecho a soñar y a construir un futuro.
Se puede concluir que los análisis internacionales, académicos y locales coinciden en la urgencia de un cambio estructural. Los jóvenes del Catatumbo demuestran que la paz es más que la ausencia de guerra: es justicia social, oportunidades reales y reconocimiento de su capacidad transformadora.
Es hora de que el Estado impulse políticas que hagan de la juventud el eje de un Catatumbo en paz.