A ratos, todos nos sentimos pobres. A quienes no lo somos nos cuesta reconocer la abundancia, pues en esta forma de vivir terminamos por ver escaso todo lo que apenas quieren vendernos caro. Entonces graduamos de pobreza a los deseos frustrados y los consumos pendientes. A ratos, nadie se siente pobre. Algunos que sí lo son, suelen sostener con disimulos el brillo perdido de los prestigios heredados. Entonces no son pocos los que ignoran su pobreza, solo ven siempre peor a algún vecino.
Así que hablar de la pobreza nos cuesta. Y no es solo por esta complejidad de medirla a ojo al vivirla por cuenta propia. Pasa también que en nuestras discusiones públicas y políticas se le ponen cortinas a la conveniencia, incluso cuando se tienen a la mano las mediciones más objetivas que ya no dependen de los pareceres.
La semana pasada, el DANE publicó su medición sobre pobreza monetaria y pobreza monetaria extrema para 2023. El presidente, Gustavo Petro, celebró en su cuenta de X, porque el país redujo la pobreza monetaria nacional en más de seis puntos porcentuales (pasó del 39,7% en 2022 al 33% en 2023) y la pobreza extrema en más de dos (pasó de 13,8 en 2022 a 11,4 en 2023). 
Sin embargo, el mandatario en lugar de resaltar cuáles de sus políticas fueron las exitosas, presentó los datos con un texto de esos suyos, adornado, mal redactado y con una gráfica a medias. Decía: “la paz no se hace con contratos oscuros, la paz se hace reduciendo la pobreza como lo estamos haciendo y bajándola de los niveles terribles en la que la dejó el pasado gobierno”. Claro, se daba respiro en medio del escándalo de contratos de la UNGRD, que ahora los vinculan con el Eln, la guerrilla en diálogos de paz. La pobreza pareció entonces una cortina de defensa.
En su trino estuvo ausente esa mirada crítica que han tenido las posiciones más progresistas en Colombia, como la suya, que suelen matizar los datos positivos en pobreza, resaltando sesgos o ausencia de otras miradas objetivas o subjetivas que los complementen. En este caso, nada: dato, celebración, y defensa.
Pero está el otro ejemplo. Manizales fue la que menor incidencia tuvo de pobreza monetaria y extrema, entre las ciudades capitales. Pero ni a la Alcaldía de Manizales, ni al alcalde se les vio mayor reacción. ¿Cuesta reconocer que quizás hubo en 2022 o 2023 algo rescatable en este campo, durante gobiernos que no son del gusto del Gobierno actual? Sea que haya sido un logro por políticas o por coincidencias, en silencio cuesta saber cuáles son, para cuidarlas o fortalecerlas. Incluso, en silencio cuesta saber cuál es el siguiente reto a medida que vamos superándonos. 
¿Qué tan pobre es una ciudad que reduce su pobreza monetaria, pero disminuye en su espacio público? ¿Qué tan pobre es una ciudad que reduce su pobreza extrema, pero sigue estancada en su cobertura de educación básica y media? Tantas conversaciones para enriquecer con las muchas formas de medir y contextualizar la pobreza. ¿Qué dirían en ese caso, ahora sí de verdad, el presidente que se defiende con un dato solitario al aire y con un alcalde que no lo habla?