En la publicación pasada, planteé algunos interrogantes sobre el sentido actual de enviar a los niños a la escuela. En aquella ocasión, mencioné que no expondría mis reflexiones al respecto. Ahora deseo compartir un par de artículos que fomenten la reflexión y profundicen en la cuestión planteada.
Juan es un ingeniero de casi 30 años. Ha cursado todos los niveles educativos: preescolar, básica, media, pregrado y maestría, y recientemente obtuvo su doctorado en Ciencias de la Ingeniería. Es decir, ha dedicado el 80% de su vida a formarse académicamente.
Ahora busca incorporarse al mundo laboral y obtener beneficios económicos por todo el esfuerzo e inversión realizados. En ese proceso, encuentra una oferta en una empresa multinacional que le resulta muy interesante, pues se ajusta perfectamente a su perfil.
Las condiciones de trabajo son inmejorables y el salario, altamente atractivo. Sin dudarlo, Juan presenta su postulación, envía los documentos requeridos y, en solo dos días, es citado a una entrevista.
Luego del saludo de protocolo, el entrevistador le pregunta:
- ¿Usted qué sabe hacer?
Juan responde con seguridad:
- Soy ingeniero industrial.
El entrevistador insiste:
- Sí, pero ¿qué sabe hacer?
- Tengo una maestría en diseño industrial. -Contesta Juan.
- Le pregunto qué sabe hacer. -Repite el entrevistador.
- Como puede ver en mis documentos, acabo de terminar un doctorado en Ciencias Básicas de la Ingeniería. -Contesta Juan.
El entrevistador, algo impaciente, llama a Joaquín, un empleado encargado de una de las bodegas de la empresa. Le da la bienvenida y le hace la misma pregunta:
- Joaquín, ¿usted qué sabe hacer?
- Señor, sé recibir la mercancía de un pedido, inspeccionar sus condiciones de calidad, calcular los espacios de almacenamiento y mantener las condiciones medioambientales adecuadas para evitar deterioros. Además, manejo los kárdex de inventario para garantizar que la información de disponibilidad esté actualizada en tiempo real...
- Suficiente, muchas gracias. -Interrumpe el entrevistador.
Luego, mira a Juan y le dice:
- Joaquín ha estudiado solo cinco años de su vida. Usted, en cambio, ha dedicado el 80% de su vida a estudiar y, sin embargo, aún no sabe qué puede hacer.
La historia de Juan es la de muchas personas en Colombia y en otras partes del mundo. Una de las razones principales es que el sistema educativo no garantiza los aprendizajes reales.
Las instituciones educativas certifican la enseñanza, mas no los aprendizajes. Todos los títulos académicos, desde preescolar hasta postgrados, llevan la inscripción “Cursó y aprobó”, cuando deberían decir “Cursó y aprendió”.
Para ilustrarlo con un ejemplo: Todos los bachilleres en Colombia reciben, al menos, 1.000 horas de inglés durante su educación básica y media, pero más del 90% no logra aprender el idioma. Aquellos que lo dominan, en su mayoría, lo han conseguido a través de cursos extracurriculares.
Seguiremos reflexionando.