Desde hace tres cuartos de siglo Mario Vargas Llosa siempre ha estado acompañándonos desde su juvenil éxito, con decenas de novelas, cuentos, ensayos, miles de artículos y reportajes, piezas de teatro, e incluso se ha dado el lujo de ser candidato a la Presidencia de Perú, líder enfebrecido y mesiánico de la derecha latinoamericana, aristócrata miembro de la cofradía de hidalgos españoles y octogenario enamorado de Isabel Preysler.
Varias generaciones lo hemos seguido desde el comienzo y en los primeros tiempos tratábamos de inspirarnos en su prosa, tras el éxito mundial de La ciudad y los perros y La Casa verde.
Infatigable, hiperactivo, lector apasionado, académico; Vargas Llosa ha sido un fenómeno de la literatura latinoamericana que ahora se despide con una última novela, que es como su último vals peruano.
Hay escritores de todo tipo, poetas, ensayistas, cronistas, pero otra cosa es la misión del novelista que pasa su vida creando unos mundos que son arquitecturas complejas difíciles de ajustar, como mecanismos de relojería.
Y Vargas Llosa fue un novelista nato, único, investigativo, algunas de cuyas obras de madurez son monumentales y se preocupan por la vida de varios países del continente y del mundo.
Con Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023), Vargas Llosa se despide volviendo al Perú de su origen con una obra que se lee como un vals alegre y triste de Chabuca Granda o Lucha Reyes, un vals a veces cursi que trata de sintetizar en sus letras y melodías la compleja estructura racial, imaginaria y cultural de Perú, tierra de imperios prehispánicos enormes, barroca colonia española desbordante y mundo urbano que muchos de sus pensadores han tratado de desentrañar.
¿Quiénes somos los peruanos? ¿De dónde venimos y para dónde vamos?, fueron interrogantes de pensadores que en la primera mitad del siglo XX trataron de desentrañar los ejes del misterio, como José Carlos Mariátegui, Sebastián Salazar Bondy y José María Arguedas, entre otros muchos.
Toño Azpilcueta es un modesto cronista de música criolla, especialista en valses, marineras, polcas y huaynos peruanos y vive de lo que le pagan por esos artículos en las revistas de farándula.
Un típico escribidor latinoamericano, pobre, sufrido, que lucha por sacar adelante su familia en un antiguo vecindario de un barrio sórdido poblado de ratas y cucarachas que lo acechan en la imaginación neurótica.
Un día lo llaman para asistir a la presentación del desconocido y joven guitarrista Lalo Molfino en la zona de bajo el puente de Lima y ahí, en esa casona colonial, pese a su inicial escepticismo, sufre una revelación al descubrir que nunca había escuchado un talento igual.
Y desde entonces se dedica a seguirlo y a tratar de desentrañar su vida y sus misterios. Con gran entusiasmo, después de enterarse de su muerte prematura, recibe un préstamo de 5.000 soles de su amigo Collau para que escriba el libro que tanto ansía y siga la investigación, viaja al norte en pos de los secretos y poco a poco los desentraña.
Pero en tanto avanza, se empecina en la teoría utópica de que las divisiones raciales y sociales del Perú podían ser atenuadas por esa música criolla que traería la concordia nacional en tiempos de violencia y Sendero Luminoso.
El libro tiene un gran éxito, se venden decenas de miles de ejemplares y el modesto articulista salta a la fama como ensayista y se redime.
Con esta novela liviana y profunda sobre la peruanidad, el Premio Nobel Vargas Llosa se despide de nosotros y de la narrativa, conmoviéndonos como siempre y ganando nuestra más sincera admiración y agradecimiento.