En lunes 10 de marzo cierran los pisos de la colección permanente de arte moderno del Centro Pompidou y por eso había que ir a ver una parte de la colección antes de que desaparezca de la observación pública por cinco años, mientras se realizan los trabajos de renovación total del excéntrico edificio inaugurado hace casi medio siglo, uno de los íconos de la arquitectura moderna.
Debido a la afición por el arte moderno del presidente Georges Pompidou y su esposa, el gobierno realizó una convocatoria para construir un museo moderno en espacios abiertos en aquellos tiempos en pleno vientre de París y los ganadores fueron Renzo Piano y Richard Rogers, jóvenes arquitectos novatos que nunca imaginaron que su proyecto loco, que hicieron por molestar, fuera el elegido de entre centenares de propuestas.
El edificio aún hoy impresiona por su delirio, pues el proyecto tenía como idea construir un edificio de módulos que dejara ver toda la estructura interior, por lo regular oculta, y así desde lejos se ven centenares de tubos, varillas y estructuras metálicas pintadas de colores estrafalarios a tono con la década de los 70, cuando estaba en auge el arte pop, la escultura chatarra, el arte pobre y las imaginerías de escultores como Calder y otros que conquistaban el mundo con sus delirios asimétricos, disimétricos y cambiantes de hierro o latón.
Pompidou, autor de una de las mejores antologías de la poesía francesa,  murió en abril de 1974 y no pudo ver su obra, inaugurada en 1977 por el siguiente presidente, el centrista Valery Giscarg d’Estaing. A todos los niveles se accede desde entonces por unas escaleras eléctricas entubadas con forma de oruga y al llegar al más alto piso se logra una vista espectacular de la ciudad.
Este 6 de marzo de adioses, al fondo se veía en el crepúsculo la torre Eiffel y arriba Venus brillando como nunca, tras una jornada soleada con cielo azul que presagiaba ya la primavera, después de un largo y monótono invierno.
Al frente hay una gran explanada donde varias generaciones de saltimbanquis han desplegado sus artes y oficios como en los tiempos del medioevo, un lugar despejado donde en una esquina se encuentra el taller del escultor rumano Brancusi y suenan las músicas improvisadas, la actividad de artesanos y artistas y el tropel de los visitantes que hacen cola para acceder a los varios espacios.
A lo largo del tiempo ahí ha habido exposiciones rigurosas y muy bien curadas de todos los movimientos artísticos modernos del siglo XX, suprematismo, futurismo, cubismo, dadaísmo, expresionismo, surrealismo, arte abstracto, y retrospectivas de grandes artistas como Dalí, David Hokney, Jeff Koons, Lucien Freud, Francis Bacon o Amselm Kiefer.
Ahí se han visto también retrospectivas de latinoamericanos inolvidables como la mexicana Frida Kahlo y el cubano Wilfredo Lam.
Pero además ha sido sede de coloquios y conferencias, debates interminables sobre los temas del arte contemporáneo y el mundo fascinante de ese siglo de guerras y explosiones artísticas.
Con sus dos salas de cine y teatro, también en ese lugar el arte moderno y la poesía han seguido su rumbo desde entonces.
Antes ya habían cerrado los tres niveles de la Biblioteca pública de información, frecuentada masivamente por la gente, y hacia septiembre todo el edificio cerrará por completo durante un periodo que puede prolongarse.
O sea que los turistas del mundo amantes del arte moderno que suelen visitarlo quedarán en ascuas y huérfanos y tendrán que esperar para volver a subir por esas escaleras eléctricas entubadas y exteriores que hacían las delicias de todos, viejos, maduros y niños.
Con mis amigos Gustavo Nieto y Miguel Angel Reyes, notables artistas contemporáneos colombianos que viven desde hace mucho tiempo en esta ciudad, recorrimos la sala donde están los principales cuadros de las dos primeras décadas del siglo XX que revolucionaron para siempre el arte, con obras de Picasso, Braque, Picabia, Goncharova, Kupka, Marcel Duchamp, Suzanne Valandon, Max Ernst y tantos otros.
Una delicia verlos antes de que se oculten por un tiempo.
Hace un siglo ellos dinamitaron el arte mundial y abrieron pasarelas hacia el futuro, que hoy siguen vigentes en medio de preocupantes tambores de guerra.