Entre los muchos oficios que la conjunción copulativa ‘que’ tiene en la oración gramatical está el de ‘enlazar’ los dos o más elementos de una comparación, por ejemplo, ‘es más viejo que Matusalén’, oficio que no desempeña la preposición ‘a’, como inexcusablemente se lo atribuyó el redactor de El Tiempo en el siguiente avance de primera página: “Cifra de quemados por pólvora en 2024 es mayor a la del año pasado” (26/12/2024). “...es mayor que la del año pasado”, que equivale a “más grande que la del año pasado”. ‘Mayor’, todos lo sabemos, es el grado comparativo del adjetivo ‘grande’, como ‘menor’ lo es de ‘pequeño’. La razón de lo expuesto es clara: las preposiciones no pueden hacer el oficio de conjunciones, pues el suyo es el de introducir los complementos del verbo de la oración gramatical, a saber, los directos, indirectos y circunstanciales de tiempo, lugar y modo. Es la lógica gramatical, cuya aplicación es indispensable para escribir y hablar adecuadamente. 
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Además de lo asentado en el párrafo anterior, las preposiciones, por regla general, no pueden intercambiar oficios, como ocurre con la preposición ‘a’, que usurpa el de la preposición ‘de’ con los adjetivos ‘distinto’ y ‘diferente’, error consagrado por los colombianos, y aceptado irreflexivamente como colombianismo. Son rarísimos los escritores que escriben ‘distinto de’ y ‘diferente de’. El  columnista Ricardo Silva Romero escribió: “Por qué había sentido yo esta tristeza –esta misma tan diferente a todas las demás...” (El Tiempo, 27/12/2024). Castiza y armoniosamente, “...tan diferente de todas las demás...”. Lo que se aprecia mejor con los respectivos verbos: no decimos ‘se diferencia a todas las demás’, sino ‘de todas las demás’; ni ‘se distingue a todas las demás’, sino ‘de todas las demás’, porque en este caso, evidentemente, con la preposición ‘a’ el complemento se convierte en directo cuando debe ser circunstancial, introducido por la preposición ‘de’. En efecto, uno de los oficios de la preposición ‘a’ es introducir complementos que expresan el término de la acción del verbo, por ejemplo, ‘iré a Chiquinquirá’ y, para el contexto, ‘Pedro se parece a su progenitor’. Y la preposición ‘de’, entre otros oficios, tiene el de introducir complementos que expresan el origen de la acción del verbo, verbigracia, ‘de Chiquinquirá yo vengo’, y, para el caso que nos ocupa, ‘Pedro se diferencia de su progenitor’. Como digo, la lógica gramatical. 
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La palabra Navidad, por ser nombre propio, se escribe siempre así, con mayúscula inicial. En su escrito del 27 de diciembre de 2024, el autor de ‘Oasis’ la escribió cuatro veces, y las cuatro, con minúscula. ¿Por qué? Habría que preguntárselo a él. El término es la contracción del vocablo ‘natividad’ (del latín ‘nativitas-tatis’ –‘nacimiento’), que se usa únicamente para señalar el día del nacimiento de Jesucristo, de la Virgen María (8 de septiembre) y de san Juan Bautista (24 de junio), por lo que también se escribe siempre con mayúscula inicial. Según J. Corominas, la palabra Navidad se registró por primera vez en el segundo cuarto del s, XIII. 
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En su columna sobre los daños que produce el mal uso de la pólvora, la señora Elizabeth Ramírez Correa escribió: “...justo al lado de los árboles donde habían decenas de animales” (LA PATRIA,  28/12/2024). Olvidó la columnista, inconscientemente quizás, que el verbo ‘haber’, cuando significa existencia, se conjuga únicamente en la tercera persona del singular de todos los tiempos verbales: ‘hay fiestas en todo el país, había decenas de animales, hubo accidentes aéreos, habrá manifestaciones por doquier, habría mejoras si...’, etc. Elemental.