El fútbol del Once Caldas, como se previó en la pretemporada, sin deslumbrar. Con mucho por corregir, sin adaptabilidad de los fichados al sistema, ni aptitudes técnicas que marquen diferencias, que los conviertan en complementos ideales para quienes ya están.
Ocho incorporaciones con desencanto, ninguno para resaltar, sin dar la talla aún. Correlones, sin técnica para jugar, chocadores, físicos, sin influencia en el juego practicado. Un portero manicorto, brincón, apto para el futbol de salón.

Nacional lo aplastó. El Once tuvo por pasajes la pelota, pero no llegó con posibilidad de gol. Ospina, sin sobresaltos, recibió tres disparos sin peligro, uno de Zapata que iba para afuera y controló con volada para los fotógrafos, uno de Dorrego sin fuerza, sin colocación, y uno teledirigido de Patiño, al cuerpo.
Tiempo de correcciones, de críticas y no de lamentaciones. Sin formar parte del pelotón de lambones, que premian la mediocridad. Que transigen con el opaco rendimiento por temor a las represalias. Poco saben de fútbol, de grandeza y del balón.
El Once desfiguró su identidad, se vio en la olla, en la que Nacional, a fuego lento, lo cocinó.

No tuvo poder sobre el balón, exhibió los mismos complejos que en el partido ante Tolima en la semifinal, cuando el reto fue mayor.
Esta vez, al ver la camiseta del campeón, el equipo se desinfló. Aquel sueño incierto e insensato que llevó a los hinchas a creer que, de clasificar, el Once pudo ser campeón, el año anterior, tuvo un triste despertar.
Como lo tuvieron las predicciones, que daban, con optimismo exagerado, la posibilidad de una victoria en el debut.
Grande es la diferencia entre los dos clubes, por nómina, presupuesto, músculo financiero y visión. No tiene el blanco con qué hacerle daño a Nacional.
Incapaz en la construcción de juego, egoísta en el ataque, sin marca en el medio donde Edwin Cardona jugó a placer. Suicida enfrentar a Nacional con Mateo García en soledad. Sus compañeros en la tarea de la recuperación no quitaron un balón.

La defensa ruda, sin calidad para el inicio de las jugadas, lo que obliga a pelotear. Descosido en sus líneas, algo que, en columna de la semana anterior, se advirtió.

Los pases en el último cuarto, el de ataque, tan imprecisos que parecieron hechos con “la de palo”, o “la de subir al bus”.
Para colmo el diablo metió la cola cuando el saldo estaba en paridad. Ulloa, el árbitro, como Hinestroza en Ibagué, malicioso, frenó en seco un contraataque, nacido en un saque de banda, bajo el pretexto de analizar un mano en el VAR que nadie vio. Incluso él.

Nacional ganó con su intensidad. Tan superior fue que, por pasajes, entrenó. Demolió por velocidad.

Contracara de un partido con los efectos en su caída, que no se pueden minimizar. La mano de Herrera no se vio. Su equipo en el arranque del torneo, de pico y pala. Sin toques de distinción. Mucho tiempo en el camino para mejorar y trabajo por hacer.
En la próxima entrega quién es quién en el Once Caldas. Quién manda y quién obedece. Quién es el dueño del balón, quién el del teléfono roto y los viudos de poder.