Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
Correo: editornoticias@lapatria.com
X (Twitter): @fernalonso
William Ospina ha alcanzado la madurez que le permite desnudar su obra completa, desde sus versos iniciales hace medio siglo atrás hasta los profundos juegos de palabras que construyen historias. Cuando el reconocido intelectual escribió El año del verano que nunca llegó, hablamos en una entrevista sobre esa forma que ha cogido la novela de buscar ser total, mezclar en ella todos los géneros para reunirlos en este supragénero.
El autor vuelve sobre esta idea en Unas palabras iniciales, que sirve a manera de proemio de Poesía completa: “Tal vez todos forman un solo extenso poema, y por eso ciertos versos pasan de uno a otro".
Como se trata de una obra reunida, hay mundos diversos en estas palabras que construyen relatos a manera de verso. Por ahí está presente su paisaje paramuno, esas rocas que él ve como catedrales allí desde Letras, como sucede en Amor:
“La piedra ama a la nube,
pero ese amor es solo desesperación de su propia quietud.
Se lo dije, pero ella replicó
que ese amor también es siglos de nube en su alma".
O en este otro verso que reúne en la segunda parte de esta obra recogida y que titula Ahora:
“Oigo lejos gemir los camiones nocturnos
que cruzan rumbo a Caldas".
No podemos olvidar que William Ospina ha sido un viajero desde que dejó atrás su entrañable Guayacanal, y mucha parte de esta obra es crónica de viaje, nos habla de los suyos, pero también de recorridos históricos. El estudioso que está en un sitio y quiere saber quiénes estuvieron allí antes y por qué hicieron lo que hicieron. Por ejemplo, en su entrañable Atenas, donde todo comenzó, no cuenta esto:
“...mientras sonríen desde el fondo del tiempo
los poderosos dioses y las blancas esfinges".
Su versatilidad permite que en un poema parezca un Kavafis que habla del mármol y los dios, pero luego se nos viene el moderno que habla hasta del teléfono.
También, como es natural en un hombre formado en lecturas, va a sus héroes y les rinda homenaje, bien por gratitud o para dejar expresas sus influencias, como ya lo ha hecho en los ensayos. A Chesterton lo define de un plumazo, por ejemplo:
"Hay que saberlo todo para ser tan liviano..."
Y es por esa acumulación de lecturas que le han permitido ser un ensayista reputado en todo el continente como también alimenta su condición de pensador, que se nota perfecto en apenas un par de renglones:
"Porque en la profusión de los días no sabemos
qué pertenece a la memoria, qué al olvido".
También logra contarnos una historia completa con inicio, nudo y desenlace como lo hace en ese poema con título de día fatal para Colombia, 9 de abril de 1948, que termina así:
"Donde un pueblo soñó por fin su orgullo
baja un río de sangre con cadáveres"
William Ospina es en esencia un poeta. Siempre he dicho que sus novelas parecen más unos largos poemas al estilo de los primeros contadores de historias: Un Homero que pretende dejar en la memoria una gesta, y lo hace en un estilo que nos permite paladear las palabras, un Prometeo que mantiene el fuego encendido. Hay un cuidado en la escogencia de cada sustantivo, de un adjetivo justo o de una hipérbole necesaria, para hablarnos de una Canción de los dos mundos:
"Al sur están los danzantes engendrando la lluvia, al sur están los tambores inventando los truenos".
Estamos ante uno de los más grandes intelectuales -y poetas- de nuestra tierra y eso se nota al ver su crecimiento profético, aunque parece que hubiera nacido vate, desde las montañas.
Su conocimiento de la poesía permite descubrir con el autor una mejor comprensión de lo que este género entraña, porque nos introduce en los versos o nos los explica al final de cada uno de los momentos en los que escribió unos u otros. Nos da cuenta de dónde tomó prestada tal expresión o una idea, también por qué decidió escribir aquello o escoger unas palabras u otras.
Se convierte también en una especie de guía para entender mejor la poesía, en tiempos de velocidad, en los que los poemas parecen extraños para muchos. Se sienten perdidos tratando de entender los versos o lo ven como algo quedo para una vida acelerada. Al contrario, hoy sí que tiene oportunidad la poesía como una forma de descubrir en cámara lenta ese mundo que pasa vertiginoso ante nuestros ojos y sin tiempo para disfrutarlo.
Claro, también puede ser otra especie de guía, el que nos ayuda a entender un mito, como en La doncella de las palmas rojas, la que creó la muerte contra su voluntad y por mandato de Brahma:
“Hablamos con mi intérprete, y él me contó la historia de cómo fue creada la muerte, de lo difícil que es para los dioses la sola idea de destruir la vida".
Este se encuentra en un libro completo dedicado al misticismo de La India y que tituló Más allá de la aurora y del Ganges. Al terminarlo, se entienden más cosas de este país desmesurado, de sus costumbres y de sus religiones. Por supuesto, de los dioses. Así como largos relatos, en otra parte también se encuentran versos mínimos, incluso hasta esta Haikú de Hiroshima:
"Todas las hojas
de diez largos otoños
en un instante".
¿Que cómo se vuelve poema un momento? ¿Qué hacer para eternizar la palabras, para darle a un instante la permanencia de lo sublime? Parece simple, amigo lector. Deténgase en una esquina de Manizales, vea el atardecer y lea estos estos versos. Comprenderá que en esos limbos entre la contemplación y lo sublime es donde nace la poesía:
"Nadie escapa al ocaso vehemente
que condena a belleza lo sórdido y lo triste;
yo mismo he detenido mi fatiga
en esta esquina donde
como ríos parecen despeñarse las calles".
Es un libro para disfrutar. Para abrir en cualquier página y dejarse sorprender por la magia de la palabra escrita. Hágalo y #HablemosDeLibros y de Poesía, por supuesto.