Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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La cinta que acompaña la portada de esta novela anuncia que la obra se trata de una “invocación al silencio" y con esa expectativa le metí diente, evocando esa novela maravillosa que es Ese silencio de Roberto Burgos Cantor, una muestra de cómo las violencias ahondan en la falta de habla de muchas personas y cómo estas encuentran sus formas para comunicarse, a pesar de los otros.
Me encontré con un texto completamente distinto a lo imaginado. En alguna parte, la autora habla de tres formas del silencio, una es para que no nos escuchen, el segundo es el que aleja y el tercero es el que logra que nadie te escuche y que nadie te vea. Según esto, es el más difícil de todos porque es el que les permite a las brujas hacer sus arreglos.
Sin embargo, este silencio es distinto, es una alegoría a la pesadez con la que cargamos todos, pero en medio de algo muy parecido a lo que conoceríamos como realismo mágico, pues trata de historias que es difícil escuchar a los jóvenes de hoy.
Todo comienza con Ana Gregoria, la profesora negra que ha sido escogida por los poderes. Al conocer su historia, que fue una niña chocoana con poderes, que luego aparece como profesora de un aula y de una iniciada, también nos invita a pensar en otros libros como La Bruja, de Germán Castro Caycedo; incluso en una novela que se apresta a cumplir ya su centenario, La mina de las brujas, de Arturo Gregorio Sánchez, desarrollada en Marmato.
La pupila, Ana Gregoria, es un personaje que se construye en el tiempo. En su descubrir de los poderes y luego como una adulta, acabada de enviudar y madre de dos hijas que aún no entienden el legado y el peso que cargan por ser parte de su estirpe.
Entonces tengo que decir que parece un relato añejo, porque hoy en tiempos de tanto cientificismo y de tanta racionalidad, sorprende una historia que podríamos etiquetar, si es que creyeramos en etiquetas, como una novela sobre la Colombia rural. Sin embargo, lo que logra Lina María Ochoa con esta obra es precisamente demostrar que hay relatos de nuestras idiosincrasias que seguirán vivos a pesar de los tiempos.
Quién no cuenta en cada familia la historia de los ruidos extraños en la casa de los abuelos o de cuando se le apareció un espanto a peranito, o de la tía que resucitó, etc. Ahí siguen capturando la atención de los niños que en algún momento sacarán esos cuentos a relucir, así los acompañen de un celular.
Me parece importante que en nuestro país haya autores que cuenten toda clase de historias, incluso de estas. ¿Acaso no están llenas las plataformas de streaming de series sobre ángeles, brujas, vampiros, entre otras, y con gran éxito entre los jóvenes y adolescentes?
Por qué no intentar con nuestros relatos de la tradición oral sobre hacer una limpia en la casa, de presencias como sombras que persiguen a algunos, de invocación de poderes para hacerse invisibles, de amarres o de personas que tienen el poder de la mano que mata o La mano que cura, que al final es de lo que va esta novela.
Empieza con el relato de Lina sobre cómo le correspondió limpiar los libros de su padre, después de su muerte, y cómo ella y su hermana junta a su madre padecen la pesadez del momento y la acumulación de los espíritus. No se trata de creer o no creer, sino de historias que nos cautiven. A mí me pareció un poco lento, pero tal vez ese era el propósito de la autora. Si eras así, lo consiguió. Leánlo y #HablemosDeLibros y, por qué no, de que las las hay.
Subrayados
* Él decía que un libro se hacía realmente suyo por las ideas subrayadas, porque en él podía leerse su lectura.
* Los ecos de la muerte permanecen en nuestro mundo, están por todos lados, mezclados con la vida, y las plantas lo saben.
* Soledad disfrutó ese pequeño instante de poder sobre la voluntad de otro.
* El silencio es una manta que en el cuerpo se siente helada, aunque de las manos solo sale una brisa fresca cuando se lo llama.
* La mamá dice que con el tiempo y la terquedad los ojos de la gente se quedan cerrados y no hay manera de abrirlos.