El debate inane es aquel que es vano, carente de contenido o interés, insustancial, vacuo, fútil e inútil. Quien usa ese recurso con sofistería y engaño logra atrapar incautos, manipular a los que como él piensan poco. La superficialidad de su análisis se evidencia en sus diatribas agresivas, incitando a los lectores a que lo demanden y contradigan. Esa forma de plasmar en lo que dice que piensa no es laudable, produce en quien lo conoce la reacción de saber que perdemos el tiempo leyendo a alguien que tiene más cráneo que cerebro, comportándose con la “sublime serenidad de las estatuas” huecas, en la que defecan los gorriones.
Él escribe su columna con un sartal de frases inconexas para hacer pensar que es directo y atenido a la realidad. No, él juega  a meter a los otros en posiciones políticas que no conoce, calificándolos como seguidores de alguien contra quien está en contra, para con aparente vehemencia y usando frases que escribiera algún día, que significan nada en la cotidianidad. Esas no corresponden a las palabras que estoy seguro no repetiría, de un artículo del año 2006, porque no tiene el valor de hacerlo; esas en las que me insultaba con una serie grande de adjetivos de descalificación, entre los cuales usaba el de “seudo-exilado, apátrida-exiliado, farsante, impreciso, etc.”. Su memoria no le permitirá volverlas a escribir.
Su libelo, termina repitiendo lo que un día escribiera: “Yo también puedo conservar la sublime serenidad de las estatuas ante la insolencia fecal de los gorriones”, citando a Descartes: “Cogito ergo sum”. Así no lo crea. (Ja)”-
No me importa que sea antipetrista. Imagino que tiene como adalides a los corruptos que nos han gobernado. No puede decir que yo lo sea, porque no lo soy, aunque creo que este país tiene que cambiar, acabando los privilegios de las minorías, cumpliendo el mandato constitucional que establece que todos los colombianos somos iguales ante la ley. Por eso aborrezco la desigualdad extrema, la violación de los derechos de los menos favorecidos, la situación de millones de colombianos que viven en extrema pobreza por las políticas de los que a él le parecen paladines, esos mismos que a mí me parecen negociantes inescrupulosos de lo público.
Es que para tener conceptos de justicia social se necesita tener conciencia, conocimientos de sociología y sus implicaciones en la vida, la política y la juridicidad. Es poco probable que  haya leído a Descartes, se limita a usar su frase sin saber qué significa en profundidad filosófica; si lo supiera, habría terminado su diatriba inconexa de manera menos estulta.
Yo no escribo en el periódico para ganar adeptos. Lo hago como un ejercicio intelectual y social que evidencie las falencias de esta democracia, carente del cumplimiento de lo que ordenan la Constitución y la ley; además no me vendo, ni cobro para amañar lo que escribo. Una vez escribió sobre la diarrea y la leche, afirmando que él era leche, ignorando que nada produce más diarrea que consumir lácteos, la diarrea de la leche. Aquí diarrea verbal y conceptual, que van unidas y producen adeptos, que consumen sus insolencias mentales, que como las del gorrión son fecales.
Yo no he tenido que escribir un artículo afirmando en cada frase que lo que había escrito era falso y sin sustento. De manera que no escribirá al pie de la letra la diatriba con la que me enjuiciaba, carente de importancia, pero vulgar y grotesca. Ese estilo y la forma como en medio de su ignorancia produce reacciones de apoyo de bastantes mentes incultas y no pocas veces tan ignorantes como él.
Qué quiso decir Descartes en “El discurso del método” con el “Pienso luego existo”. Para el autor, dudar es la manera de encontrar una  verdad indubitable. El “Je pensé, donc je suis”, o “Cogito Ergo Sum”, tiene la duda metódica como consecuencia. Nietzsche creyó que era un silogismo en el cual la premisa mayor no estaba demostrada. Lo cuestionaron Sartre y Heidegger, que plantearon un defecto en el enunciado cartesiano. Descartes un día concluyó que si no se podía eliminar la duda, por lo menos no se podía dudar de que se piensa que se está dudando. No es esperable que lo entienda, pero lo es otra diatriba más vulgar y grotesca que la anterior. Es su estilo y nada lo va a cambiar. César Augusto (63 A.C) pronunció estas palabras en su lecho de muerte: “…Aplaudid”, les dijo, “que la función ha terminado (Acta Est Fabula. !Plaudite!)”.