La muerte hace parte de la vida; todos sabemos que ese será nuestro final, independiente de las múltiples y diferentes circunstancias que la rodean en cada persona. Pero una cosa es la muerte natural y otra muy distinta la violenta, esa que es producto de agentes externos o la de situaciones insostenibles en la cotidianidad por los modos y circunstancias que nos rodean, que llevan a muchas personas a la decisión de quitársela porque no la aguantan más, o porque sus dolores superan con mucho su capacidad de resistencia.
La muerte suicida de la dra. Catalina Gutiérrez Zuluaga, residente de medicina en la Universidad Javeriana, sucedida la semana pasada, abre el telón a una realidad mucho peor de la que todos imaginan. En ese proceso de aprendizaje que tenemos cuando hemos sido estudiantes en cualquiera de las áreas del saber o del hacer, sometidos a presiones por los que con arrogancia infinita, falta de principios elementales de ética y humanidad, se comportan como tiranos que maltratan, menosprecian y acorralan a los que de ellos dependen en el aprendizaje, una forma muy sofisticada de comportamiento de alimañas que se dicen humanas.
Podríamos creer que esta situación es nueva y rara, pero no es, ni lo uno, ni lo otro. Viene desde hace mucho tiempo y alcanza niveles que son escandalosamente altos e inaceptables, en los que se dicen centros de educación, que se supone están para inducir a un aprendizaje gradual, pero que en realidad se comportan como tiranías del “saber”, a las cuales les está permitido con impunidad total, para los que están en niveles superiores, toda clase de atropellos y mezquindades con los que son sus alumnos.
El suicidio inducido por circunstancias de presiones absurdas no es un hecho cualquiera, creo que tiene que ser evaluado con criterios de criminalidad, en los que el agente agresor induce a ese final indeseable que es la muerte, a un dependiente en condiciones de inferioridad por circunstancia ajenas a la voluntad del segundo. Los maltratadores en todas las carreras, pero especialmente en las áreas de la salud, deben someterse al juicio rápido que les quite todos los derechos que tengan sobre los que están bajo su control y los inhabilite para la enseñanza.
Cuando uno analiza la historia personal del opresor, encuentra que tiene grandes problemas de comportamiento, una severa alteración del concepto de autoridad y un nulo acervo humanístico, que lo haga compasivo y justo, honesto y decente. Yo lo sé de memoria con mi experiencia como estudiante en la Universidad de Caldas, en la que con las excepciones que confirman la regla, los “jefes” eran intocables, ídolos de barro y “dioses” de bajísima estofa y peor comportamiento.
Esto tenemos que acabarlo. La única manera de hacerlo es denunciando a todos aquellos que abusando del “poder” de su posición, pisotean a sus segundos, sin que les importe, para poder vengar lo que a ellos les dañó el comportamiento, o los que se creen seres especiales, que levitan por encima de la dignidad de los otros.
Mi sentido pésame a la familia de Catalina, en estos momentos de dolor intenso e injusto.