En este ejercicio de hacer el reconocimiento a las personas que con sus actuaciones han marcado diferencias y han influido en una sociedad de manera positiva, no podemos dejar de hablar de aquellos que tienen todos los méritos para merecer la admiración y el aplauso de una ciudad. Clementina Echeverry Jaramillo y Jaime Jaramillo Arango, han sido ejemplos de todo lo bueno que se puede ser como persona, consiguiendo además tener una familia ejemplar, con hijos que merecen toda la admiración y aplauso. Jaime, Fernando y Alberto heredaron la pulcritud de sus padres, de quienes asimilaron como nadie la importancia del dar sin esperar recompensa.
Jaime es conocido ampliamente por la creación de “Niños de los Andes”, desde cuando como ingeniero en una compañía petrolera buscaba a los desposeídos que habitaban en las alcantarillas. Lo hizo con tanta dedicación que dejó su trabajo y se dedicó a esa obra, convirtiéndose en un influidor que con autoridad da cátedra de compromiso social, entrega y dedicación.
Sus hermanos; el odontólogo Fernando, que es persona dignísima y respetable, y Alberto, un ciudadano que marca la diferencia cuando sin hacer alharaca es el gran gestor de la Fundación en Manizales. Siempre trabajó con su padre y dedicó buena parte de su tiempo a la realización de la obra benéfica. Se casó con una mujer excepcional, Marcela González Villegas, hija de Merceditas, a quien me unían lazos profundos; una mujer que en vida fue acrisolada, trabajadora, dadivosa y caritativa, dedicándola a la crianza y educación de sus dos hijas; vivía con su hermana en La Francia y trabajaba en la Universidad de Manizales, pero siempre tuvo tiempo para ser compasiva y caritativa.
Alberto, con la ayuda de Marcela, Merceditas y su hermana, y el apoyo incondicional de su padre, hizo realidad la Fundación Niños de los Andes en Manizales, con sede en El Arenillo, donde levantó un esquema que albergaba a los habitantes de calle, a los desposeídos, no pocos drogadictos, construyendo un lugar en el que podían vivir, estudiar, reconstruir su vida, hacer su bachillerato, recuperarse de su abandono y de su pobreza. Los cuidan con celo inigualable y han conseguido que muchos hagan carreras profesionales, apoyados por los que reconocen el valor de su obra y ayudan en ese trabajo realizado con pasión y compasión en el buen sentido de la palabra.
Son tantas personas a las que han ayudado, que su obra es un ejemplo maravilloso de lo que puede hacer un ser humano cuando lo motivan la dignidad, la honestidad y la solidaridad. Alberto y Marcela se han entregado a la ayuda de los menos favorecidos, sin límites en la inversión de tiempo y dinero, pero sobre todo de amor y compromiso. Personas como ellos y los que les ayudan, merecen ser imitadas, apoyadas, y reconocidas como líderes en una ciudad en la que dejan su esfuerzo y dedicación.
A ellos, sin duda alguna, la ciudad les debe los mayores elogios y aplausos. El periódico está en mora de dedicar un especial de Papel Salmón para mostrar su obra, detallarla a través de los años, reconociéndolos como aquellos a quienes hay que admirar y aplaudir. Todo mi reconocimiento para esa familia que ha sido cristalina, como una ventana sin vidrio. Ellos son, sin duda, personas ejemplares que debemos aplaudir de pie, con respeto y admiración.