Sin pena ni gloria transcurrió el 25 de agosto en este país veintejuliero y sieteagostero que se empeña en fortalecer un engañoso, tribial y vanidoso espíritu patriótico. Poco o nada se dijo, se escribió o se rememoró sobre lo que ocurrió hace 70 años atrás, cuando las mujeres colombianas obtuvieron “nuevamente” su derecho a elegir y ser elegidas. Digo nuevamente por que al expedirse la “Constitución Política de la Nueva Granada” de 1853 el país adoptó un modelo de amplias y admirables libertades individuales que sólo estuvo vigente hasta 1858 y que contemplaba, en favor de las nuevas provincias, el derecho autónomo a organizarse de la manera que mejor les pareciera.
De esta manera, la Constitución de la Provincia de Vélez (sur de Santander), promulgada el 11 de noviembre de 1853, consagró el derecho universal y directo en términos igualitarios en favor de las mujeres y los hombres. Por eso es considerada como la primera Constitución en toda América Latina en consagrar en favor de las mujeres el derecho al voto. Dicho encanto sólo duró cinco años, cuando la Corte Suprema de Justicia, conformada por solo hombres, dejó sin efectos la revolucionaria Constitución con el peregrino argumento de que los habitantes de la provincia no podían tener más derechos que el resto de la población.
La causa por la participación femenina en el acceso al voto universal y directo se ve reflejado en innumerables manifestaciones literarias y artísticas de distinguidas mujeres del país y de la región, como Blanca Isaza de Jaramillo Meza, Agripina Montes del Valle, Maruja Vieira, Lucy Tejada y Helena Benítez de Zapata, primera alcaldesa de Colombia en el municipio de Riosucio, quien a pesar de semejante responsabilidad aún no podía ejercer el derecho al voto. La tesis doctoral de Adriana Villegas Botero (“13 escritoras del Gran Caldas”) da cuenta precisamente de muchos de esos ideales emancipadores que han sido gratamente difundidos a través de la separata Papel Salmón de La Patria y la programación cultural del Banco de la República de Manizales.
La caleña María Teresa Arizabaleta, de las entusiastas activistas por el voto femenino de hace 70 años, cuando estuvo en una de las sesiones de la Cátedra de Historia Regional de Manizales y Caldas, narró a través de su libro (“La Mujer Despierta”) el riesgo que implicó la reconquista del voto ante la amenaza del desmonte de la Asamblea Nacional Constituyente de Gustavo Rojas Pinilla por “hambrientos comensales” para referirse a los liberales y conservadores. Aunque paradójicamente el memorable hecho ocurrió en vigencia de un gobierno militar, sería injusto plantear que se trató de una concesión del Gobierno de Rojas, cuando los hechos históricos demuestran que fue un largo proceso por el reconocimiento de otras libertades individuales y en el cual también intervinieron hombres valerosos que pregonaban una igualdad real de derechos sin distingo de géneros, como el caso de los 25 diputados de la Asamblea Legislativa de la provincia de Vélez.
Aunque la mujer puede elegir, aún no es elegida. El proceso sigue siendo lento y progresivo; se conserva la dominancia masculina en el liderazgo político, educativo y empresarial. Por eso considero un acierto que se haya entregado el liderazgo en la gerencia de la Chec a una mujer, y que Leopoldo Múnera, rector de la Universidad Nacional, de reconocido talante democrático, haya hecho lo propio al nombrar en la mayoría de las vicerrectorías de sede de Manizales, Bogotá, Medellín, Palmira y Orinoquía a distinguidas mujeres académicas.