Cuando Belisario Betancur fue elegido presidente de Colombia (1982-1986), uno de sus nobles objetivos fue la consolidación de una paz estable y duradera.
Su sensibilidad artística lo llevó a invitar a todo el país a pintar palomas de la paz en calles, muros, paredes y parques.
En agosto de 1984, una vecina me pidió que le pintara una bien grande en un muro al lado de su casa.
Han pasado más de 40 años desde mi aporte a esta pacífica iniciativa.
No deja de sorprender que haya sido durante la vigencia de la Constitución Política de 1886 que un presidente conservador y antioqueño se inspirara en el street art (muralismo urbano) para provocar una oleada de intervenciones gráfico-pictóricas por todo el país, que buscaba alentar el apoyo ciudadano a las negociaciones de paz con las guerrillas de las Farc, el Epl y el M-19.
Aunque este propósito terminó frustrado, al menos evidenció que incluso los gobiernos conservadores han estimulado el derecho fundamental a la libertad de expresión utilizando los espacios públicos.
Un caso reciente ha sido el relacionado con el mural “Las cuchas tienen razón”, que se hizo famoso debido a la represión que algunos sectores ultraconservadores de Medellín ejercieron sobre él, encabezados por su actual alcalde y que fuera replicado ingenuamente por el concejal del Centro Democrático, Andrés Rodríguez, quien intentó borrar con mas pena que gloria un mural idéntico en Manizales, sin tener en cuenta que, aunque la ciudad tiene una tradición conservadora, se ha forjado pacifica y tranquila.
Estos detractores intentaron convertir un espacio de preservación de la memoria en un banal prejuicio estético.
Algo similar le ocurrió a la insigne pintora Débora Arango Pérez en su natal Medellín. Con su estilo irreverente y transgresor, se convirtió en la primera mujer en pintar desnudos femeninos y retratar la realidad social y política de su entorno.
A pesar de haber sido censurada irracionalmente, hoy su imagen se preserva en el billete de dos mil pesos.
El mural “Las cuchas tienen razón” pone en evidencia los difíciles acontecimientos que han golpeado a la Comuna 13 de Medellín y sus barrios, como San Javier, San Michel y La Independencia, resaltando la memoria y resistencia de sus habitantes. El periodista riosuceño Ricardo Aricapa Ardila, en su libro Comuna 13: Crónica de una guerra urbana (B Colombia, 2015), narra el surgimiento de las milicias urbanas, el alto número de muertes de personas inocentes -incluyendo curas, mujeres, seminaristas, policías y líderes comunales- así como el drama del desplazamiento, la presencia de grupos guerrilleros y paramilitares, y los abusos cometidos por las fuerzas estatales en diversas operaciones militares como Mariscal, Saturno, Antorcha, Potestad y la famosa Orión.
Actualmente los ojos de la justicia estén concentrados en este populoso sector.
Mientras algunos servidores públicos elegidos por el pueblo se enfocan penosamente en el negacionismo de nuestros conflictos sociales, siempre será preferible ver a nuestros jóvenes utilizando brochas y pinturas, en lugar de dar o recibir balas, como muchos desearían.

Francisco Javier González Sánchez