En la última década, hemos sido testigos de una disminución significativa en el número de estudiantes matriculados en educación básica y media: de 61.452 en 2013 a 48.452 en 2023.

Esta pérdida de 13.000 estudiantes en 10 años no solo refleja cambios en la natalidad, sino también una deserción escolar preocupante que afecta directamente el desarrollo humano y económico del departamento.

Es cierto que los nacimientos han disminuido. En 2013, nacieron 3.811 niños en Manizales, mientras que en 2023 esa cifra cayó a 2.388, una disminución del 37%.

Sin embargo, esta estadística no basta para explicar la caída abrupta en la matrícula escolar. Los efectos de una menor natalidad se reflejarán en las aulas solo dentro de unos años, cuando esos niños lleguen a la edad escolar. Entonces, ¿qué está pasando hoy?

Una posible explicación radica en los cambios estructurales que moldean las prioridades de los jóvenes y sus familias.

Las cifras de deserción escolar son de atención: cerca del 32% de las personas mayores de 25 años en Manizales apenas alcanzaron la educación básica secundaria en 2023.

Esto pone en evidencia un sistema que no está logrando retener ni motivar a sus estudiantes. Las razones podrían ser tan diversas como la necesidad de trabajar para contribuir al sustento familiar, la falta de relevancia percibida de la educación formal o incluso la desconexión entre el currículo escolar y las demandas actuales del mercado laboral.

El impacto de este fenómeno es profundo. Menos educación se traduce en menores tasas de ocupación y salarios más bajos, perpetuando un ciclo de pobreza y desigualdad que limita las oportunidades de desarrollo personal y colectivo.

En una ciudad que busca posicionarse como líder en calidad de vida y competitividad, esta crisis silenciosa en la educación podría ser un obstáculo mayor.

Pero no todo está perdido. La disminución en el número de matrículas también puede verse como una oportunidad. Con menos estudiantes en las aulas, es posible enfocar esfuerzos y recursos para atender de manera más personalizada las necesidades de quienes permanecen en el sistema.

Esto implica una reestructuración profunda, no solo del currículo, sino también de las estrategias de enseñanza y acompañamiento.

Es necesario flexibilizar las políticas educativas para adaptarlas al contexto actual. Esto incluye incentivar programas de educación superior que respondan a las demandas del mercado, crear sistemas de apoyo económico para estudiantes en riesgo de deserción y promover modelos de aprendizaje que conecten la educación formal con las pasiones y talentos de los jóvenes.

Así como el DANE actualizó sus proyecciones de población en el 2022, también debemos actualizar nuestras estrategias educativas.

La educación no puede seguir siendo un ente estático en un mundo que cambia rápidamente. Este contexto es un llamado a actuar, a innovar y a construir un sistema que inspire a nuestros jóvenes a quedarse, a aprender y a crecer.

Hay que ser más flexibles con las estadísticas, poder aceptar el contexto en el que transitamos y así proponer soluciones que trasciendan las cifras.