Esta invitación a escribir, que generosamente me hace el periódico La Patria y que agradezco enormemente, se convierte en una oportunidad para llevar a la “tinta” pensamientos de buseta, conversaciones entre colegas y amigos, e inquietudes de la existencia que me acompañan.
El título de esta columna se inspira en el título del libro de Arturo Escobar y Sonia Álvarez, Evelina Dagnino, Política cultural y cultura política: una nueva mirada sobre los movimientos sociales latinoamericanos.
Su lectura fue una oportunidad de comprender, o quizá desaprender más, la complejidad del concepto cultural y su maravillosa conexión con todo lo que somos y hacemos.
La cultura política invita a pensarnos cómo configuramos la estructura social que nos gobierna, qué características tienen nuestras instituciones sociales (educativas, religiosas, estatales, familiares) y cómo nos relacionamos con ellas.
La democracia, las autocracias, las dictaduras configuran una forma de sociedad en particular. Y los caminos del poder y cómo las ciudadanías se relacionan con él son señales de nuestra cultura política, de ahí la importancia de conversar, estudiar y no “evadir” este tema, ya que en últimas contribuye a lo que gestamos como sociedad.
De igual manera, la política cultural nos convoca a reflexionar sobre cómo “administramos” esa complejidad que nos hace ser lo que somos, que nos constituye de identidad y diversidad: la cultura. Puede sonar confuso, pero es justamente porque hemos relegado “lo cultural” a una esfera relacionada solo con un sector social cercano al mundo de las artes y lo hemos “alejado” de nuestra cotidianidad. Bañarnos todos los días en la mañana es una práctica cultural de una parte de la población, no ocurre lo mismo en todos los países y en todas las culturas. Comer arepa al desayuno o usar el sombrero aguadeño son hechos cotidianos, que atraviesan lo cultural. Pero no todas las personas asocian esas prácticas con asuntos de la cultura.
Jazmin Beikar, en su texto Cultura ingobernable, reflexiona sobre cómo hemos alejado de nosotros lo más íntimo que tenemos: la cultura. Construimos el imaginario de que lo cultural sólo les pertenece a los artistas o gestores culturales.
En consecuencia, ni la ciudadanía ni los estados se preocupan por comprender y garantizar los derechos culturales. Cuando hablo de este tema algunas personas me preguntan: ¿y esos derechos cuáles son? No sabemos cuáles son, por ende, no trabajamos por disfrutarlos y garantizarlos.
Espero que este camino que se inicia hoy cuente con la complicidad de quienes se animen a leer, comentar o debatir esta columna.
Les invito a conversar de cultura política y políticas culturales, es decir sobre lo público, la política, las prácticas culturales, las prácticas artísticas, el patrimonio, la interculturalidad, la ciudadanía; en últimas, a dialogar sobre la vida y las demás dudas existenciales que surjan a esta primípara columnista.