Si en La Habana, El Caguán o en cualquier otro proceso de paz colombiano existió algo de respeto por las apariencias, y se habló de diálogos de paz, lo que se vive hoy en Colombia con la Nueva Marquetalia es un peligroso monólogo dictatorial. Porque escuchar a Iván Márquez es como si estuviéramos escuchando al vocero de Petro. Es asistir a una farsa que viene prediseñada desde el trámite ilegal de la ley de Paz Total donde, a escondidas y a última hora, incluyeron la posibilidad de que los reincidentes, como Márquez, tengan otra oportunidad de ser reconocidos como negociadores y beneficiarios de nueva impunidad, a pesar de haber incumplido la verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición.
Cuando demandamos esa ley demostramos que se violaba la Constitución, y aunque la Corte finalmente se declaró inhibida, (a pesar de la ponencia positiva del H.M. Jorge Enrique Ibáñez, ahora asediado por el Gobierno) es lo que dio origen a que hoy tengamos no una mesa de negociación, sino una mesa de imposición; no unos diálogos de paz, sino unos monólogos de comunismo; no unas mesas de concertación, sino un vehículo de amenazas, extorsión, terror y conspiración.
Porque Iván Márquez, quien funge de vocero de los terroristas, sostiene iguales tesis que el negociador del Gobierno, Otty Patiño. Ambos promueven la existencia y actividad de las “primeras líneas”, que ya nos demostraron su capacidad criminal; exigen una constituyente basada en la imposición de unos pocos a través de la violencia disfrazada de protesta social; y victimizan a un extremo cuando sigue siendo el peor victimario.
Por eso indigna que Otty Patiño afirme en su intervención relacionada con haber dado de baja al peligroso delincuente “Hermes”, cabecilla del frente Alfonso Cano de la segunda Marquetalia, que el presidente y el ministro de Defensa y los altos mandos de las Fuerzas Militares lo consideran un hecho fatídico, lamentable, trágico, y que hemos maltratado la confianza del grupo criminal. Es la sumisión total y desvergonzada ante los terroristas; es la demostración de que nuestra dignidad será mancillada tantas veces como lo exijan las circunstancias, con tal de darles gusto a los actores armados ilegales que están legitimados cada vez con más fuerza. Es la claudicación total del Estado ante la delincuencia y el terrorismo.
Considerar, además, que el cumplimiento del deber de las Fuerzas Militares al dar de baja a uno de estos delincuentes, es un maltrato a la confianza de las Farc, es degradante y doloroso. Y pedir con tono amenazante investigaciones para hallar a los “responsables” de este hecho, es otro acto de desmoralización de las tropas regulares. ¿O es que acaso Márquez, que encarna el terrorismo puro, no violó la confianza del Estado colombiano, y no desestimó la oportunidad volviendo a la clandestinidad y repitiendo sus actos criminales? Su presencia hoy significa una revictimización de esos cientos de miles de colombianos que han sido mancillados en su vida, honra y bienes por estos delincuentes que hacen nuevamente alarde de impunidad ante los ojos del mundo.
Pero todo parece preconcebido. La ley de Paz Total es una ley clandestinamente urdida para beneficiar a los grandes delincuentes y, lo que preveíamos con la demanda, hoy se cumple a pie juntillas. Porque Márquez, cuando decidió volver al mando de sus filas, estaba seguro de que con este Gobierno tendría el aliento suficiente para protagonizar otra farsa de impunidad. De ahí su apoyo irrestricto. Lo paradójico es que, mientras EE.UU. ha ofrecido recompensa de hasta 10 millones de dólares por Iván Márquez, hoy este reaparece en la escena política colombiana con la intención de imponer, vía proceso de paz, las propuestas que Petro viene tratando de implantar por fuera de los lineamientos constitucionales. Es decir: de este monólogo de la segunda Marquetalia, parece que se van a servir para imponernos lo que la Constitución les prohíbe.

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Triste que, mientras Latinoamérica se sacude de sus dictaduras, Colombia se resigna a instaurar la suya. El silencio es el mayor cómplice de nuestras desgracias. ¡Pobre mi país!