Si no se hubieran construido el embalse y las demás obras en el páramo de Chingaza, a los bogotanos se nos racionaría el agua hasta siete días de cada diez, porque ese sistema le aporta a la ciudad entre el cincuenta y el setenta por ciento del agua que consume.
Saludar a los ingenieros que desde 1933 comprendieron que la ciudad crecería bastante -va en once millones, incluidos los municipios vecinos-, que el agua de la vertiente del río Bogotá no sería suficiente y que los pozos profundos no eran alternativa óptima, por los altos costos de esa agua.
Y que con gran visión de futuro concluyeron que la solución era tomarla del páramo de Chingaza, al otro lado de la cordillera Oriental, con agua que no era de la vertiente del río Magdalena sino del Orinoco y que llegaría por la fuerza de gravedad -que es gratuita-, obra que con acierto dirigió la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá.
Porque los estudios también demostraron que tomar agua de allí no le provocaría transformaciones ambientalmente inaceptables al páramo de Chingaza ni dejaría sin agua suficiente a Villavicencio y demás poblaciones al oriente del páramo, como lo han demostrado cuarenta años de experiencia.
Si hoy el agua de Chingaza es insuficiente para Bogotá, no fue porque la Empresa de Acueducto no promoviera la segunda etapa del proyecto; sino porque en 2012, Diego Bravo Borda, gerente de la Empresa de Acueducto del alcalde Gustavo Petro, “anunció que la entidad no tramitará la licencia ambiental para iniciar la construcción de la Fase II de la represa de Chingaza”.
Porque el alcalde había suscrito -dijo- el Pacto de Estambul y ese “compromiso nos obliga” a no continuar con el trámite del Acuerdo 11 de 1997 del concejo distrital (El Tiempo, Ene.17.2012, No se construirá la represa Chingaza II https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-11918145).
Afirmación a sabiendas falaz porque dicho Pacto promueve la “diversificación de las fuentes de agua a través de nuevas instalaciones de almacenamiento”, es decir, proyectos como Chingaza II.
Para agravar su error, ni el alcalde Petro ni Susana Muhammad, su secretaria de Ambiente, propusieron alternativas al problema que estaban creando, que hoy padecemos y puede agravarse.
Lo que debe seguir es que el Acueducto retome los estudios y decida definitivamente sobre Chingaza II.
Para que se analicen las débiles críticas contra Chingaza II, como que le quita agua al río Orinoco, con su vertiente de 989 mil kilómetros cuadrados, mientras que el parque natural Chingaza tiene solo 766. O que amenaza el agua de Villavicencio, cuando el embalse consumiría 4,1 metros cúbicos por segundo y, frente a esa ciudad, el río Guatiquía, lleva 370 metros, 92 veces más. O que no pueden trasplantarse frailejones en el parque, cuando sí es posible.
Conociendo además que a Bogotá le faltará agua en el futuro, así se supere el actual racionamiento. Porque los estudios dicen que Chingaza I será insuficiente en 2040 o antes. Y porque cada bogotano consume muy poca agua al día -112 litros promedio, la mitad de Tokio, Moscú y Atenas-, consumo que aumentará al subir el ingreso ciudadano y, con él, darse el gusto de consumir más agua.