Hoy 31 de diciembre y mañana 1 de enero son los días más importantes del año dentro del contexto geográfico occidental del planeta, siguiendo el calendario tradicional.
Por lo tanto, a cada persona con las comunes y suficientes capacidades intelectuales, le es posible analizar durante estas 48 horas lo que ha significado el año que terminará esta noche y las perspectivas de lo que se iniciará con el advenimiento inmediato del nuevo año que durará durante todo el periplo de traslación terráquea.
Todo aparentemente tan sencillo pero olvidado por inconsciencia que hace que las personas se aparten permanentemente de los momentos reales que han vivido o pretenden vivir.
El análisis personal supera los colectivos ya sean éstos familiares, sociales o laborales, por mencionar unas cuantas áreas en donde se impone un permanente y necesario estudio que debe fructificar, de cualquier manera, en la vida individual y privada.
Esta noche lo pasado habrá sido pasado y ya no tendrá la persona capacidad de modificar los hechos o las omisiones vividas. Solo queda la evaluación y la conciencia para hacer la contrición, cuando ella se precisa, requiriéndose un inmenso valor para llegar a esta conducta. Valentía mucho más necesaria que cuando establece el propósito de la enmienda.
La culpa no siempre es de los demás; cada persona tiene responsabilidades ineludibles, muchas o pocas, relacionadas con los resultados esperados derivados de sus obras y, de nuevo, omisiones.
Las doce de la noche de hoy marcará el punto final; se acabará el tiempo. Ni la fiesta con todos sus componentes será capaz de hacer regresiones físicas.
Queda el primer día del año cuando la insensibilidad irreversible del reloj deberá dar espacio y tiempo para que cada quien construya sus propias esperanzas, más de una en diferentes aspectos ligados a su vida. No necesitará de redes sociales ni de libros ni de pitonisas ni de lecturas del residuo del café o chocolate, para abordar el panorama de su futuro.
Cada persona necesita de su propia identidad, la cual no todos reconocen en su propia dimensión. La identidad es lo que es real y distingue como propio. No es un sueño ni una utopía. Para lograr tener aspiraciones en lo personal, familiar o colectivo, se necesita de una buena dosis de sinceridad. No se puede especular con su propia presencia frente al entorno.
Si no se es sincero, caminará en medio de disyuntivas que le distraerán antes que permitirle un enfoque ante el futuro. Nadie puede asegurar el porvenir absolutamente, ni siquiera en materia de números.
La vida de las personas no está exclusivamente relacionada con la existencia y permanencia de gobiernos, instituciones o colectivos. Las personas hacen parte de todo el laberinto mundanal, pero son seres con sus propios papeles.
El muñeco a quemar esta noche no representa la esencia del ser humano. El globo a elevar mañana no identifica la voluntad de vivir a plenitud.
Un año nuevo no es vida nueva, es un rumbo diferente.