La semana anterior los colombianos y habitantes de otros lares han tenido la oportunidad de leer, escuchar y ver sobre lo sucedido en el Consejo de Ministros, el martes pasado.
Un hecho que ha ocupado la atención de todos; unos porque han estado pendientes de los acontecimientos; y otros, que con razón o no, han desdeñado el evento y sus consecuencias. La sola expresión facial y ademanes o de balbuceo, indican rechazo a toda consideración, por las razones que sea. El impacto ha desbordado por su interés o compromiso psíquico.
Derivado de lo anterior, que dejó atónitos a millones de ciudadanos, se suscita una pregunta que ha sido esgrimida por muchos analistas; se relaciona con la posibilidad de que lo acontecido fue un acto preparado o, en el mejor de los casos, manipulado.
Ojalá ello no hubiere ocurrido porque, de ser real, es una magistral jugada maquiavélica. El tiempo será el megáfono de la verdad y aparecerá el juez para delimitar responsabilidades.
Los frutos inmediatos de lo acaecido comenzaron con la renuncia de al menos dos funcionarios, hoy cinco, aunque luego algunos hayan dado a entender que su determinación venía en desarrollo y era un hecho antes de la sesión desacertada.
En medio del fragor del Consejo se suscitaron posiciones antagónicas entre varios de los asistentes. La confrontación, entre integrantes y con quien dirige, generalmente el superior jerárquico, es natural.
La unanimidad no es frecuente en sesiones de esta clase. Pero ciertas conductas no se deben permitir, aunque se quiera una liberalidad a ultranza, porque como sucedió se avasalla al contrario y no a sus posiciones e ideas presentadas para análisis, discusión y decisión.
Una respuesta que debe ser estudiada tanto por quien presidió como por quienes estuvieron en la danza, activa o pasiva, es la permanencia en el grupo que constituyó el Consejo. No hay espacio ni tiempo para identificar la idoneidad de ellos, donde hay muchas falencias; ello es otro asunto.
La renuncia debe ser un acto voluntario, como expresión de autonomía, y siempre y cuando no haya un compromiso de permanencia legal. El único que tenía vínculo fijo era el presidente. Los demás, de libre nombramiento y remoción, están ligados a sus puestos por muchos factores, entre ellos primordialmente la eficiencia con lealtad, para quedarse o irse.
Lealtad no significa concordancia. Con la renuncia no se amenaza, menos con posiciones de incompatibilidades personales o de funciones. El abandono del cargo, motivado o no, supone apartarse de las obligaciones y, en medio de esa libertad, adoptar conductas o expresar inconformidades.
Renunciar implica valor; aunque a veces es un acto de pusilanimidad por no enfrentar sus compromisos ante quien juró o a quien o quienes se debe como funcionario. En un Consejo como el realizado, el responsable finalmente es quien convoca y preside; y los que están allí lo hacen porque él lo permite y tolera.
Finalmente, a quien no le guste o contraría sus principios que se vaya, pero de verdad.