La manera de relacionarse entre las personas es fundamental. No hay duda que los seres humanos tienen una infinita capacidad de entender y ejecutar acciones que son vitales para permanecer en la vida de sociedad. Hoy nadie está solo, salvo quienes adopten o estén forzados al aislamiento bajo diferentes connotaciones.
El primer núcleo social es la familia. A partir de allí, según el entorno en donde principalmente intervienen las condiciones tanto ancestrales como nuevas, se forma la personalidad. Si actúan o no los genes, es asunto de discusión en donde comprobar las afirmaciones o las negaciones definirán las certezas.
Es evidente que una persona es ella y únicamente ella, muy diferente a la estructura interna física del ser humano que puede ser igual para la especie como sucede en el arquetipo de un hígado.
Antiguamente se creía que el comportamiento de las personas residía en la forma de funcionar el hígado. Y, aunque todo tiene relación en el cuerpo humano, no es lo mismo el hígado que el corazón o el cerebro.
Todos pueden argumentar frente a sus condutas: Yo soy así y tienen todo el derecho. Esa afirmación tajante tiene una contraparte que es su semejante, que puede estar cerca o lejos, que la limita, la aclara y la conduce para que ambos puedan coexistir sin batallas.
Preocupa que cada día con más frecuencia se presenten dificultades en la relación entre un médico, su paciente o su familia. Ya pasó la época del oscurantismo de las comunicaciones y comportamientos porque el paciente y su familia quieren saber de su proceso y ser tratados con dignidad.
Quien maneje la comunicación satelital recurre a información médica, veraz o sesgada, cuando no obtiene respuestas satisfactorias del médico o del personal de salud. Aquí interviene, en no pocas ocasiones, la condición humana cuando se enfrenta con la realidad o, prefiere oír, ver o leer lo que desea a su satisfacción o consolación.
De otro lado está el comportamiento del paciente, su familia y el médico frente a los hechos de la enfermedad. Desde los momentos previos a la consulta y durante toda la actividad del médico existen desencuentros, cada vez más frecuentes y lesivos, entre el médico, su paciente, la familia e inclusive amistades.
Por una deficiente, por no decir mala o pésima, relación de comunicación o de comportamiento, se puede entorpecer o destruir una actividad que es vital para el paciente.
El ejercicio de la medicina es complejo y necesita de toda la sapiencia y ecuanimidad del médico para lograr las metas que le obligan, a las cuales se ha comprometido al amparo de su vocación.
En este círculo, quien debe llevar, porque es su obligación, la expresión de sensatez es el médico. Lo debieron formar para enfrentar las situaciones más difíciles del ejercicio médico dentro de ámbitos no extremos como podrían ser los cataclismos o los eventos no predecibles de la naturaleza.
Ser médico implica la capacidad para enfrentar situaciones adversas relacionadas con su desempeño. Cada día se le exige al médico nuevos o renovados conceptos y destrezas, pero debe comprender, como el que más, el comportamiento humano.
Prepararse para ello es fundamental con el fin de obtener éxito en su labor o al menos ofrecerle al paciente el compromiso de poner a su disposición todo su ser científico y humanístico.
Ni paciente, ni familia, ni amistades, ni médico tienen derecho a malograr una acción médica consciente que busca el bien del enfermo.
Las instituciones deben enfrentar el problema emanado de las malas relaciones entre médico, paciente o familia. Ello no es un asunto baladí, le compete al Sistema, a los directivos y a los actores del primer orden.