La tendencia a generalizar causa un daño inmenso en la información de episodios históricos que se trasmiten en las aulas educativas, cuando los docentes se desvían de la objetividad, para presentar los hechos bajo la influencia de dogmatismos e ideologías personales, influenciados por creencias religiosas o doctrinas políticas que el fanatismo y el sectarismo asumen como verdades reveladas, descartando opiniones o creencias diferentes a las del maestro. 

Roma locuta, causa finita, dicen los fundamentalistas que tienen mentalidad de caballo cochero, porque no saben mirar sino para un solo lado, según les indiquen el fanatismo y la ignorancia. Lo grave es cuando personajes de ese talante ejercen el magisterio, para que sus desviaciones conceptuales se inoculen a mentes en formación, con escasa capacidad de discernimiento.

Al lado de líderes políticos y espirituales, impulsores de sistemas de gobierno o de ideas religiosas, sacados de sus caletres y difundidos gracias a particulares habilidades dialécticas, no siempre sembradoras de ideas nobles, ha habido verdaderos adalides y apóstoles, orientadores de comunidades, que al expandir sus enseñanzas a naciones y territorios sembraron ideas humanísticas y modelos de conducta social que han trascendido los tiempos y creado culturas propias en muchos lugares del mundo, que los identifican, haciendo parte de su idiosincrasia. 

Es el caso, en la política, de la democracia y en las creencias religiosas del judaísmo, el cristianismo, el islam y el budismo, las más difundidas y de mayor influencia, por la cantidad de adeptos que tienen. Todas las religiones tienen méritos y valores propios, lo que contradice a pastores dogmáticos que aseguran, aprovechando la ignorancia de los feligreses, que la suya es la única fe verdadera; y que las demás conducen, post mortem, a castigos horribles, como el fuego eterno.

Los principios que han calado más hondo en el alma de comunidades diversas no están contenidos en largos discursos, sino en frases contundentes, como la que expresó hace más de dos mil quinientos años Confucio, filósofo y consejero político chino, quien dijo: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti”. 

Jesús de Nazaret, inspirador del cristianismo, máximo movimiento religioso en el mundo, les impuso a sus discípulos como consigna “Amaos los unos a los otros”. Y un breve ideario cristiano (de aplicación universal), las Obras de Misericordia, resume sentimientos cuya práctica es ideal para armonizar las relaciones humanas, y garantizar la paz, tan esquiva a fundamentalistas y fanáticos.

Aterrizando el tema en las aulas escolares y universitarias, decía don Miguel de Unamuno, maestro por excelencia y rector magnífico, hace ya varios siglos, de la Universidad de Salamanca, uno de los más relevantes templos del saber en el mundo, que “lo que Natura no da, Salamanca no lo enseña”, para referirse a los valores de las personas, que navegan en los genes, igual que malos instintos ancestrales. Por eso hay gente de clase y otra de mala clase.