En el mar de mediocridades que inunda las administraciones de la mayoría de las naciones que componen el universo, surgen figuras públicas que reconcilian a los pueblos con la política, porque señalan que algo puede salvarse.
El expresidente uruguayo (2010-2015) José Alberto Mujica Cordano (1935)*, más conocido como Pepe Mujica, es una de esas figuras.
Idealista de sólidas convicciones, prevalecen en él el humanismo, la lógica para el manejo de los asuntos administrativos del Estado, la ética en el desempeño de actividades de interés público, el acertado criterio para escoger equipos de trabajo y la austeridad, desde lo personal, para evitar controvertir entre la prédica y la práctica.
Pepe Mujica, sin los alamares de una formación académica refinada, como autodidacta aprendió a discernir acerca de los asuntos vitales que afectan a la humanidad, con una vocación innata de servicio público, que ejerció desde modestos cargos públicos hasta la presidencia de la república.
Activista político de inspiración socialista, se enfrentó al despotismo de la dictadura militar de extrema derecha, hasta vincularse al movimiento guerrillero Tupamaro, apartándose de su naturaleza pacifista.
No obstante, Pepe Mujica lo hizo por considerar que, en ese momento histórico de Uruguay, la insurgencia era el único camino para enfrentar el despotismo militar, arrogante y desprovisto de objetivos sociales.
Esa aventura, ajena a sus principios humanísticos, que ejercía desde la acción a favor de la igualdad y el bienestar de los más desfavorecidos de la sociedad, le costó a Pepe Mujica 12 años de cárcel, que soportó con el mismo estoicismo con que actualmente espera la muerte, ante la inminencia que señala el cáncer que padece, contra el que ya dio por perdida la batalla, con realismo, sin dramatismo.
La figura de Pepe Mujica, discreta, sin alardes de apostura, crece cuando expone sus ideas y atrae la atención de quienes lo escuchan, porque con sabiduría expone, en palabras de uso corriente, principios trascendentales, que le han merecido respeto, cariño y la adhesión de millones de compatriotas suyos.
Y la admiración de Latinoamérica, que lo convirtió, para muchos, en un ideal de gobernante. Demócrata y civilista, conquista a quienes escuchan sus reflexiones y planteamientos, desprovistos de ornamentos oratorios, de gran contenido ideológico y sin ínfulas de caudillismo.
Pepe Mujica rechaza la idea comunista de nacionalizar la producción y la propiedad; y defiende a la empresa privada como gestora de desarrollo económico y generadora de empleo.
Vive en una pequeña finca, cultiva para proveer lo necesario para su alimentación; conduce el pequeño tractor con que trabaja; dona la mayor parte de sus ingresos a entidades filantrópicas; no requiere de trasportes blindados ni de escoltas.
Durante su mandato no residió en el palacio presidencial. No obstante esa modesta actitud, Pepe Mujica es un personaje público respetable, admirable y acatado, que no necesita conquistar ni comprar adhesiones, porque de eso se encarga la magia de su personalidad.
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