Para reflexionar sobre situaciones que afectan a la humanidad es oportuno aprovechar el tiempo de Sagitario, que según el Zodíaco discurre por estas calendas de octubre y noviembre. Las características personales de los nacidos bajo el signo del arco y la flecha, incluyen la actitud positiva frente a los hechos, por catastróficos que sean, en lo político, lo económico y lo social, porque los sagitarios son resilientes por naturaleza. Esa palabra (resiliente), de origen griego, significa rebotar, caer y volver a subir, que puede aplicarse a situaciones personales o colectivas, como las que discurren por el mundo en estos momentos, y por Colombia, por supuesto, cuando los destinos colectivos están en manos de individuos que carecen de valores humanísticos y, en cambio, hacen gala de actitudes prepotentes y ambiciosas de poder, que desconocen los compromisos que adquirieron con sus pueblos cuando se hicieron elegir, en un sistema de elección popular (democracia) que acertadamente llamó un pensador sueco “la dictadura de las mayorías”.
En las calamidades se pone a prueba la casta de las comunidades afectadas, según los valores que hagan parte de su idiosincrasia, para superarlas o justificarlas. Ante los resultados de las recientes elecciones en los Estados Unidos, un “especialista”, dijo: “los gringos no tienen ideologías, sino intereses”. Así es.
Corresponde a los dirigentes que alcanzan el poder diseñar estrategias que conduzcan a superar las falencias de los pueblos y encausarlos por rutas de progreso y superación. La peor terapia es el asistencialismo, que paraliza a las comunidades, mientras esperan las dádivas ofrecidas por los políticos populistas, que no preparan a las gentes para obrar con eficiencia y solidaridad, sino para recibir ayudas a cambio del compromiso de corresponder con votos.
La historia es útil para conocer los hechos que han construido o destruido, alternativamente, a las civilizaciones, bien por logros materiales u ordenamientos que engrandecen (algunos maravillosos, que han superado el paso del tiempo); o por confrontaciones bélicas absurdas, irracionales, provocadas por caudillos delirantes, ebrios de egolatría y poder, que han arrasado lo positivo y hermoso alcanzado por antecesores suyos y teñido de sangre joven los campos de batalla.
Lamentablemente, como dice el refrán, “nadie experimenta por cabeza ajena” y los pueblos tropiezan una y otra vez, seducidos por la demagogia o comprados con rútilas monedas, sin medir consecuencias. “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, se ha repetido insistentemente. El panorama universal, prevalecido por la mediocridad y la corrupción, le da razón al refranero.
Frente a evidencias calamitosas, o de precaria utilidad, los optimistas no dejan de soñar con que el bienestar es posible; y lo buscan, hasta debajo de escombros e inundaciones, como ha sucedido en reiteradas ocasiones. La historia lo comprueba.