Los cambios trascendentales que se presentan en el mundo, cuyos misterios dejaron de ser tales por los agresivos efectos de la globalización y la informática, llegaron hasta lo más profundo de la geografía universal, permeando el conocimiento, las costumbres, las expresiones artísticas, los idiomas (saturados de neologismos) y hasta los pétreos principios religiosos. Así, tales cambios trascienden los límites del conocimiento primario y la sabiduría. El vocabulario, que difunde la información sobre la evolución del saber, aterrizó en los terraplenes del vulgo. Los cambios pierden méritos (que los tienen) porque el poder político y la economía de mercado se apoderaron del destino de la humanidad, y la controlan, orientando sus pasos hacia intereses particulares, no siempre nobles y filantrópicos. Nobleza y filantropía, los hechos lo demuestran, son escasas. Para ubicar el tema en dos tópicos, porque abarcarlos todos es tarea tan compleja como extensa, la conducción de los pueblos acusa un deterioro ético y tal falta de pragmatismo lógico, que las comunidades sobreaguan en las turbulencias del caos porque “mi Dios es muy grande”, como dicen las señoras pías. Los credos religiosos más representativos, por su parte, que, como las ideologías políticas tradicionales, también se atomizaron, han decaído, perdiendo volúmenes apreciables de fieles, a quienes ya no asustan los castigos eternos. Los medios de comunicación han levantado tapetes donde se ocultaba mucha basura. Jerarcas y pastores se han entregado a las comodidades de la connivencia con la corrupción. Y los principios que inspiraron a profetas y conductores paradigmáticos se negocian con el poder, en “rutilas monedas, tasando el bien y el mal”, como las obras de misericordia, por ejemplo. En un país de mayorías católicas como Colombia, donde existen fieles de diversos credos, acogidos a la libertad de cultos, incluidas las “iglesias de garaje”, protegidas por el estado laico, mueren muchos pobres de hambre, incluidos niños y ancianos; y si un curita de parroquia olvidada, ese sí cristiano de verdad, levanta la voz, lo tildan de comunista. El agua que ha de calmar la sed de las comunidades, que es un regalo de la Naturaleza, la envenena la contaminación y la potable es un bien comercial que muchos no pueden pagar. Nadie da posada al peregrino por seguridad; es un riesgo. La ropa que vestía al desnudo se vende en los almacenes de segundas. Los enfermos no se visitan para evitar contagios; y los presos menos, para no involucrarse. No se sabe qué es más costoso: enterrar a los difuntos, cremar los cadáveres o mantener a los enfermos vivos. Y enseñar al que no sabe lo paga el Gobierno pero lo controla un sindicato cuyos dirigentes justifican sus cargos organizando revueltas, pero se oponen a la capacitación de los docentes, porque viola el derecho al libre desarrollo de la personalidad; la educación privada es un lujo; y a los autodidactas no le sirven los conocimientos para conseguir trabajo, por muchas cosas que sepan, porque en el sector oficial se viola la Ley 80 y en el privado solo califican para pala y carreta. Así las cosas, las obras de misericordia quedaron en el enunciado.