“Europa sufre déficit de coraje e imaginación. 500 millones de europeos piden a 300 millones de americanos que les defiendan de 140 millones de rusos. No nos falta superioridad económica o militar, sino la convicción de ser una potencia mundial”, Donald Tusk, primer ministro polaco.
La reciente declaración del primer ministro polaco, Donald Tusk, resuena profundamente en el contexto actual de la política internacional.
Europa, con su vasta población y su impresionante poder económico, parece haber caído en un estado de complacencia y dependencia que pone en riesgo su seguridad y su futuro.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia es un claro recordatorio de los peligros que enfrenta Europa.
La anexión de Crimea en el 2014 fue un acto de agresión que no encontró una respuesta contundente de la comunidad internacional.
Este precedente ha permitido a Rusia actuar con impunidad, sabiendo que la respuesta de Europa sería débil y fragmentada.
La situación actual es aún más preocupante. El presidente Trump ha dejado claro que su Administración no está interesada en defender a Europa a menos que haya un beneficio directo para Estados Unidos. Esta postura aislacionista deja a Europa en una posición vulnerable.
La reciente reunión entre Trump y Zelensky en la Casa Blanca, que terminó en un enfrentamiento público, es un ejemplo de cómo las relaciones transatlánticas se han deteriorado.
Europa, con un PIB combinado que supera los 18 billones de dólares, tiene los recursos para defenderse. Sin embargo, la falta de voluntad política y el exceso de comodidad han llevado a una dependencia excesiva de Estados Unidos.
Países como Francia y Alemania disfrutan de generosos beneficios sociales, incluyendo extensos periodos de vacaciones, que reflejan una cultura de bienestar que prioriza la comodidad sobre la seguridad.
El nuevo presidente de Estados Unidos ha tomado medidas que refuerzan esta postura aislacionista. En menos de dos meses, ha firmado órdenes ejecutivas que consolidan su poder y promueven una agenda que beneficia exclusivamente a Estados Unidos.
Esta actitud pone en riesgo la estabilidad global y subraya la necesidad de que Europa tome las riendas de su propia defensa.
La solución, desde mi punto de vista, es clara: El mundo debe unirse contra cualquier país invasor. Sin embargo, si Europa no puede contar con el apoyo de sus aliados tradicionales, debe encontrar la fortaleza y el coraje para defenderse por sí misma.
La paz es siempre el objetivo, pero la capacidad de defenderse es esencial para mantenerla. Europa tiene el potencial y los recursos para hacerlo; solo necesita la convicción y el coraje para actuar.
Además, es importante recordar que la defensa no solo se trata de poder militar, sino también de la voluntad de proteger los valores y principios que definen a una sociedad.
Europa debe demostrar que está dispuesta a defender su libertad y su democracia, incluso si eso significa hacer sacrificios y asumir responsabilidades que ha evitado durante demasiado tiempo.
Europa debe despertar de su letargo y asumir un papel más activo en su propia defensa.
La dependencia de Estados Unidos no es sostenible, especialmente bajo un liderazgo que prioriza los intereses propios sobre los globales.
Es hora de que Europa demuestre que tiene el coraje y la determinación para enfrentar los desafíos del siglo XXI, y que está dispuesta a luchar por su futuro.