Todo está dado para la catástrofe. Por un lado, la epidemia de narcisismo en redes sociales. Selfies y formas de confundir la realidad real con la realidad de las pantallas, disociaciones y pretensiones de una vida perfecta, afán por demostrar que somos mejores, que somos grandiosos y felices, a pesar de que lleguemos todos los días a la depresión de la soledad de las sábanas sucias.

Y por otro lado la vida más allá de las pantallas, la realidad de los Catatumbos que explota sin piedad: 40 mil desplazados, 80 muertos, una guerra que no acaba de acabar (esta guerra no se ha terminado ni con seguridades democráticas ni con premios nóbeles ni con paces totales).

Pienso en la palabra Catatumbo y se me parece a la palabra catacumba: subterráneos de muertos históricos. Algunos dicen, al volver de Francia, que les dieron mucho susto “las catatumbas de París”. Y algo tendrá de providencial la similitud fonética. Pero la diferencia es que los subterráneos de muertos de la región de Norte de Santander que colinda con Venezuela no son tan viejos, ni tampoco tan subterráneos.

Más bien lo contrario: muertes y muertos a la intemperie, lluvia de balas, mochilas vueltas casas, todo ahí, a la vista y a la indiferencia de un país concentrado en la próxima campaña electoral, en el vaho de Petro y en el incendio de San Francisco.

La guerra tampoco se acaba con decretos ni con posts (o tuits a las tres de la mañana o como quieran decirle a escribir incoherencias por Twitter, lo que algunos llaman gobernar). La guerra, y sobre todo la colombiana, tiene rostro de campesino desplazado y de madre buscando a su hijo en los escombros, de político gritando arengas en el Congreso y de ciudadano con el plato de comida lleno frente a él pidiendo más pie de fuerza con los hijos que no parió.

Para muchos colombianos -y manizaleños- la guerra empieza con los murales de “Las cuchas tenían razón” y no con el maltrato que reciben sus compatriotas en Estados Unidos.

Aunque la combinación de políticos y narcisismo no es nueva, desde luego, hoy en día se ven casos muy peculiares: Trump decreta cómo de ahora en adelante deben ser los géneros, Maduro decreta que se adelante la Navidad, Petro decreta Día Cívico el día de su cumpleaños, Fico decreta borrar la historia el dolor de las víctimas, Rojas decreta minimizar las luchas taurinas porque él se confiesa taurino.

El poder es otra viciosa realidad virtual.

Quién sabe si esta sea la época de la exacerbación del narciso. Porque ¿quién no es un narciso si no el megamillonario Musk, el hombre más rico del mundo, a quien solo parece interesarle el mundo (el universo) según replique sus deseos?, ¿o los demás e-millonarios acompañantes de Trump —como se vio en la toma de posesión: Bezos, Zuckerberg, Pichai—, a quienes no les interesa el fascismo aparentemente light que evocan los discursos del nuevo presidente gringo, o solo les importa según les convenga para sus utilidades, así el mundo quede en vilo?

Mientras millones sufren con la guerra, otros hacen cuentas con las lágrimas.