La paz total “está de moda”, para atacarla o defenderla, muchas veces sin argumentos. Hace poco me hablaron de Johan Galtung, sociólogo noruego autor del concepto de paz sostenible y de la teoría del "triángulo de la violencia" (directa, estructural y cultural).
Para explicar la complejidad del conflicto, Galtung describe tres tipos de violencia. La directa, que es la más visible: asesinatos, guerras y represión, captando la atención de gobiernos, medios y ciudadanía. La estructural, que surge de desigualdades económicas, políticas y sociales expresadas en exclusión, discriminación, pobreza y barreras invisibles (techo de cristal) para que mujeres y minorías accedan al poder. La cultural, que son narrativas desde los centros de poder, medios e instituciones (familia, religión, tradición), que justifican y perpetúan estas desigualdades.
Las tres violencias se refuerzan. La violencia directa normaliza el conflicto y el miedo: el conflicto armado, el narcotráfico y la represión estatal crean un ambiente de violencia cotidiana que parece inevitable. Esto genera desconfianza entre ciudadanos y Estado, dificulta la cohesión social y fomenta círculos de venganza, desplazamiento forzado y crisis humanitaria, profundizando la desigualdad.
La violencia estructural mantiene la exclusión mediante estructuras políticas y económicas que marginan amplios sectores de la población. Ejemplos: La concentración de tierras y riqueza (despojo campesino y falta de oportunidades), el acceso desigual a educación y salud (pobreza y marginación), y la impunidad y la corrupción, que refuerzan la injusticia y debilitan la confianza en las instituciones.
La violencia cultural justifica la injusticia y normaliza las desigualdades. Ejemplos: Estigmatización de indígenas, afrocolombianos, campesinos y líderes sociales, justificando su exclusión o eliminación; glorificación del uso de la fuerza para resolver conflictos, y el discurso del enemigo interno, deshumanizador de sectores de oposición política o social y legitimador de represiones.
Este ciclo bloquea la paz. La violencia cultural legitima la estructural, esta genera condiciones para que estalle la violencia directa, y la directa reafirma las narrativas culturales que justifican la exclusión y la represión. Para romper este esquema, Galtung propone transformar estas violencias mitigando sus efectos, desmantelando las estructuras que los perpetúan y promoviendo una cultura de paz basada en equidad y justicia.
Para los herederos del poder y para las miradas simples, el conflicto es solo violencia directa, y la paz es la ausencia de guerra. Su visión impone la paz romana (subordinación), una paz negativa que desmoviliza grupos armados, pero mantiene la violencia estructural y cultural.
Para la gente de a pie, y para progresistas 2.0, como Gustavo Petro, la paz debe ser justicia y armonía (concepto griego de eirene: paz positiva). En los 80 aprendimos que la paz es un pacto entre Estado y ciudadanía.
Los retos para que Colombia logre la paz total no son sencillos: Entre otras muchas cosas, el Gobierno debe negociar con grupos armados, transformar territorios vulnerables y fortalecer la institucionalidad. La ciudadanía debe promover la cultura de paz, defender los acuerdos y exigir su implementación, y aprender sobre derechos humanos y memoria histórica. No es tarea solo del presidente, ni solo para este cuatrienio.
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Coletilla: Con la devolución de inmigrantes desde EE. UU., no faltarán los colombianos que se pregunten cuál es el valor de la dignidad.