En diciembre pasado, en plena semana navideña, el DANE publicó los resultados que dan cuenta de la reducción de la tasa de natalidad colombiana. Aunque algunos medios de comunicación lo registraron, la noticia pasó prácticamente desapercibida.

La gran conclusión es que por siete años consecutivos el número de nacimientos en Colombia ha caído: en 2017 se registraron 656.704 nacimientos, mientras que en 2023 alcanzaron 515.549. Para el año 2024, aunque no hay cifras consolidadas, el dato del DANE para el período enero a octubre es de 371.777 nacimientos, es decir, 51.476 menos que en el mismo período del 2023.

El Eje Cafetero no ha sido ajeno a esta dinámica. En Caldas, los nacimientos bajaron de 10.335 en 2014 a 6.666 en 2023, es decir 367 menos promedio año. En Risaralda cayeron de 11.550 a 8.885 en el mismo período, con una reducción anual promedio de 265. Y en Quindío, se redujeron de 6.053 a 4.452, es decir 160 nacimientos menos cada año.

Pero qué explica el fenómeno. ¿Por qué los jóvenes de hoy prefieren “aplazar” o desechar la posibilidad de tener hijos? Expertos en el tema argumentan variadas razones, como el hecho de que las mujeres tienen un mayor acceso a la educación, planificación sexual y al empleo, lo que les otorga mayor autonomía en relación con la maternidad. Otra causa importante identificada es el alto y creciente costo de vida, que conlleva a que las parejas jóvenes lo “piensen dos veces” antes de engendrar un hijo.

La disminución de la tasa de natalidad no es sólo de Colombia. Un reciente estudio de la Universidad de Washington alertó que para el año 2100, dentro de 75 años, casi todos los países del mundo verán disminuir su población, pues el número de muertes superará los nacimientos.

Economistas y demógrafos por igual advierten que de materializarse este escenario, estaríamos ante problemas de sostenibilidad en nuestros sistemas de seguridad social, caídas en los niveles de innovación y productividad y afectaciones al correcto funcionamiento de los mercados financieros, como ya se atestigua en países como Japón y Corea del Sur.

Todo ello plantea serias reflexiones: ¿se adaptará la economía a los cambios en el mercado laboral? ¿el envejecimiento poblacional hará colapsar los sistemas pensional y de salud? ¿se acentuará la desigualdad económica y las dificultades para el acceso a recursos y oportunidades? ¿podrán la inteligencia artificial y la robótica convertirse en verdaderos paliativos al fenómeno de disminución de la natalidad? ¿serán capaces los gobiernos de diseñar políticas públicas que aborden las necesidades de las familias modernas?

Conviene abrir el debate para un análisis más profundo sobre las implicaciones de la disminución de la tasa de natalidad. Y nos corresponde a cada uno de nosotros, como miembros activos de la sociedad, abordar este serio desafío que pone en riesgo la institución de la familia.

¿Se están redefiniendo las expectativas sobre la familia y la maternidad/paternidad? ¿Han cambiado las prioridades de las personas hacia un mayor desarrollo personal y profesional, frente a la conformación de una familia?