Si bien es cierto que muchos aristócratas y nobles, que fueron gobernantes, lo fueron de sangre y arbitrariedad, pero también es valedero que otros, los mejores gobernantes, los que más bienandanza consiguieron para sus pueblos, fueron personajes pertenecientes a la aristocracia. Y que no se alebresten ciertos “progresistas” de izquierda, pues la Historia sustenta esa afirmación. Y si, además, ellos, honestos, con la pasión del servicio público, se personaron como jefes del partido popular y consiguieron reivindicaciones para los más necesitados, tanto mejor, aun, y más valedero lo anterior.
Fíjense que hablo de aristocracia, no de oligarquía. Coloco, como premisa esencial, el que tuvieron ellos una concepción ética del poder. Adquirido este legítimamente, será un derecho en lo inicial, pero en su ejercicio se convertirá en un deber: el de servirle, sin esguinces, al interés de sus pueblos; cualquier otro uso u objetivo será antiético y reprochable e irá socavando ese derecho inicial, inclusive hasta hacerlo desaparecer.
Por lo general, esos aristócratas derivaban de una tradición familiar en la cual se escanciaba y profesaba un valor llamado “la virtú”. Con la mejor educación; con la responsabilidad en el mando como primer deber de cumplimiento público; con un profundo patriotismo. Muy lejos de cualquier alarde de populismo, y más bien alérgicos a ese tal. Desprendidos del dinero y sus querencias, disponían de una ventaja: dividían a la misma aristocracia, lo cual les daba margen de maniobra para sus medidas en favor de los débiles. No predicaban la lucha de clases, permitían que los particulares crearan riqueza, y le tomaban a esta lo razonable para mejorar a los del pueblo llano.
Algunos ejemplos al vuelo. Franklin Delano Roosevelt, aristócrata de Nueva York, en legislación laboral avanzada y sacando de la pobreza a millones. Bismarck, prusiano y reaccionario, precursor del estado de bienestar. Churchill, el mayor en el siglo XX, hijo de lord, nos salvó del nacismo. Camilo Benso conde de Cavour, autor de la unificación italiana, algunos lo consideran el mayor estadista del siglo XIX. Edward Gibbon, el gran historiador del imperio romano, afirmó que “el período de la historia del mundo durante el cual la humanidad fue más feliz y próspera”, fue el de los Antoninos, cinco emperadores aristócratas que gobernaron Roma desde el año 96 hasta el 180. Solón y Pericles, estadistas en Atenas, acreditan posterior escrito. Un homenaje, la sabia mujer, Eleonora d’Arborea (1347), noble gobernante de Cerdeña, con su famosa “Carta de Logu”, restringió la pena de muerte, aumentó los derechos de las mujeres y defendió a las campesinas, vigente durante varios siglos sirvió de inspiración a otras legislaciones.
Indro Montanelli, en su “Historia de Roma” afirma: “La vieja y orgullosa aristocracia, que fue acaso la más grande clase dirigente que el mundo ha visto, y que durante siglos dio ejemplo de integridad, valor, patriotismo, en suma, de carácter…”. Esos aristócratas, educados para servir, hacían el “cursus honorum”, laboraban con desinterés y entrega, pagaban con rigidez los impuestos, y ellos y sus hijos se situaban en los primeros lugares en el peligro de la batalla; y por eso Roma fue grande. Después la inevitable decadencia. Esa aristocracia dejó un ejemplo, que ya para nada se usa. En fin…